Casi dos años y medio después del estreno de Dune, dirigida por Denis Villeneuve, su continuación llega por fin a las pantallas. Aunque ya no figuran en el reparto estrellas como Oscar Isaac y Jason Momoa, en esta segunda parte se incorpora un nutrido grupo de intérpretes cuyos personajes no aparecían en la primera: Florence Pugh, Austin Butler, Léa Seydoux y Christopher Walken, entre otros.
El cineasta, apartándose de los caminos más complejos puestos en escena por David Lynch en su magnífica e imperfecta versión de los 80, ha logrado reconstruir un universo más accesible para el espectador. Los fans de las novelas de Frank Herbert tenemos que asumir que el libro es una cosa y la película será otra muy distinta: ésta siempre será una variable. En ambas partes encontramos licencias, pero es mejor olvidarnos de ellas y centrarnos en la magia visual de Villeneuve, un director capaz de crear planos potentísimos (Enemy, Arrival, Blade Runner 2049) y de montar una narrativa donde la tensión no nos permite un respiro (Polytechnique, Prisioneros, Sicario).
Si la historia de la primera película “multiplicó los espacios cerrados teñidos de gris”, como certeramente señalaba Florent Cardon en su texto para la versión francesa de Aleteia, en esta segunda salimos de ese encierro para que las cámaras se centren en el desierto, “escenario de la mayoría del largometraje”, siguiendo a Cardon. Salvo algunas secuencias filmadas en los interiores por donde pululan los Harkonnen, casi toda la continuación tiene las arenas como telón de fondo, igual que en algunas obras de David Lean (es inevitable acordarnos de Lawrence de Arabia).
Ahora Paul Atreides es un muchacho que va ganando credibilidad, que divide su corazón entre el deseo de venganza y el deber de convertirse en un líder, entre su compromiso con los lazos familiares y la lealtad hacia las gentes del desierto. Muchos empiezan a creer que puede ser el mesías que anuncian las profecías. Aunque no cree serlo, Paul acabará demostrando con pruebas su condición de joven poco corriente.
La llegada del mesías
Esta faceta religiosa, de fe en quienes pueden cambiar el mundo, es la que convierte a la secuela en una hábil reconstrucción de los caminos y los vericuetos y las elecciones que atañen al poder y a las creencias. Un personaje, refiriéndose al árido planeta Arrakis, dice que “nadie puede vivir ahí sin fe”. Por tanto, “fe”, “mesías” y “profeta” son tres términos que se irán repitiendo en boca de los personajes hasta construir una especie de letanía: “El profeta conocerá las costumbres del desierto”, “Las tribus del sur creen que el mesías vendrá para liberarnos del mal”, “Subestimas el poder de la fe”, “Los profetas son más fuertes cuando mueren”…
Los Fremen, tribus del desierto que viven en cuevas, visten destiltrajes para reciclar la humedad corporal y soportan temperaturas imposibles y necesitan creer en alguien que los conduzca al Paraíso. Su Paraíso, en este caso, es la vegetación, el regreso de los árboles, un paraíso verde que extinguiría esa continua sed que todos padecen. Frank Herbert, entre las numerosas sentencias que entrelaza en la primera novela de Dune, incluye ésta: “El agua es el inicio de toda vida”.
En su maravilloso libro Autorretrato en el estudio, el filósofo italiano Giorgio Agamben despliega estas frases que podrían conferir sentido tanto a la novela como a las dos películas: “La hierba, la hierba es Dios. En la hierba –en Dios– están todos aquellos a los que amé. Por la hierba y en la hierba y como la hierba, he vivido y viviré”. El agua y la hierba serían los núcleos de ese entorno paradisíaco que anhelan los Fremen.
Mediante un sólido casting, en el que además de los citados cuenta con Timothée Chalamet, Zendaya, Rebecca Ferguson, Javier Bardem, Josh Brolin, Dave Bautista, Charlotte Rampling y Stellan Skarsgård, Denis Villeneuve logra dar un paso más allá en el género de la ciencia ficción mediante la conjunción del aspecto mesiánico, la acción y la violencia, la complejidad del poder, el espectáculo de las imágenes y la certeza de que la vida es casi imposible sin los recursos naturales.
Los planos elegantes que introduce, su manera de componer la puesta en escena y de filmar a sus personajes, son deudores de las películas clásicas que le han convertido en el cineasta que es, alguien obsesionado con obras de la índole de 2001, Excalibur, Blade Runner o Apocalypse Now, además del citado David Lean: sus influencias se perciben en detalles de atrezo y de vestuario, en actitudes y movimientos de personajes, en la manera de filmar las naves e incluso en ciertas referencias ineludibles.