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“Mil uno”: instinto materno contra viento y marea

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José Ángel Barrueco - publicado el 14/03/24

Sorprendente debut de la directora A. V. Rockwell, estrenado en plataformas

En este mes de marzo, que se conmemora el Día Internacional de la Mujer, nada mejor que recomendar una película sobre la maternidad (o, más bien, el instinto materno), protagonizada por una mujer, la actriz y cantante Teyana Taylor, y dirigida por otra, la cineasta A. V. Rockwell, en lo que supone su sorprendente debut en el largometraje. Rockwell llevaba más de 10 años detrás de las cámaras para encargarse de cortos y videoclips. Su ópera prima en la gran pantalla revela lo mucho que ha aprendido en esos años de formación. 

Inez de la Paz (Teyana Taylor) es una de esas mujeres que no han sido muy afortunadas en la vida. Se crió huérfana, en casas ajenas y con familias de adopción que no llegaron a tratarla como esperaba. Vive en Nueva York, una ciudad muy dura para los alquileres y los empleos que permitan vivir holgadamente. Cuando comienza el filme acaba de salir de una breve temporada en la prisión de Rikers Island por robo. Ahora trata de enderezar su trayectoria y conseguir un trabajo de peluquera, pero las cosas no resultan fáciles. Su novio todavía sigue en la cárcel. 

Es entonces cuando Inez encuentra a su hijo, Terry, en la calle, junto a otros muchachos. Le cuenta que lo abandonó cuando tenía 2 años y quiere volver a vivir con él. Con el beneplácito del muchacho, se lo lleva de Brooklyn a Harlem sin avisar a los servicios sociales, lo que implica conseguirle a Terry una documentación falsa. Allí busca empleo y un apartamento de alquiler. Cuando su pareja, Lucky (William Catlett), sale de la cárcel, tanto él como Inez se proponen cambiar, consagrarse a la familia, cuidar del niño y conseguir para él la mejor formación posible. El propósito principal de ambos es que Terry logre alcanzar las oportunidades que ellos jamás tuvieron tras unas vidas en las que no faltaron la orfandad, el delito, la miseria y la prisión.

La cruz y la culpa

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William Catlett hace el papel de Lucky, un padre de familia

La trama de la película transcurre en tres épocas concretas: en 1994, cuando los asuntos de burocracia, como dice un personaje, “eran un caos”; en 2001, fecha en la que no se mencionan los atentados del 11-S, pero se advierte en los protagonistas que va a suceder algo, que habrá cambios; y en 2005, año en el que llega el desenlace.

En esos saltos temporales vemos cómo los personajes se han apartado de los caminos delictivos pero no logran prosperar. Siguen viviendo en el mismo piso lleno de goteras y desperfectos. Ganan lo justo para ir tirando. Lo único que les importa a sus padres es que Terry vaya a una buena universidad. Hay gente con mala suerte a la que no le basta con la intención de cambiar. Eso es lo que les sucede a ellos. Y el espectador siente desasosiego al ver cómo les cuesta alcanzar sus sueños por completo. 

En cuanto Lucky sale de prisión, coge una cadena de la que pende un pequeño crucifijo y se la coloca a Terry al cuello y por fuera de la ropa. Durante el resto de la película, y salvo alguna excepción, veremos siempre ese crucifijo. Por un lado simboliza el cristianismo de manera implícita: no hablan de religión, pero la cadena siempre está presente. Por el otro, y esto es una opinión muy personal, simboliza el peso de la culpa que arrastran los personajes. O, mejor dicho, el peso que arrastra Inez por llevarse al niño sin avisar y tener que vivir con cautela y con temor a que los descubran. 

El título, Mil uno (A Thousand and One), también comporta un doble significado. En sentido literal es el número del apartamento en el que consiguen establecerse (10-01), al que, al habérsele borrado el guión, se lee 1001. En sentido figurado, se trata de los mil y un escollos que debe vencer esa madre, Inez, para sacar a su hijo adelante. Mil uno, quizá por estar dirigida por una mujer, encierra una sensibilidad especial sobre el instinto materno y el sacrificio de una madre para hacer lo imposible. 

El retrato del personaje que alumbra Rockwell, en complicidad con Teyana, supone no quedarse en el maniqueísmo. Es decir, Inez no es la madre perfecta. Comete errores, asume riesgos y a menudo está tan enfadada que no logra comunicarse con su hijo. La figura del padre no es la del cero a la izquierda, como suele serlo en esas otras historias que destilan tufo a woke, sino que se trata de un hombre que acaba aceptando su responsabilidad, admitiendo su cariño y dando algunos consejos al muchacho y alguna que otra promesa:

Nadie abandonará a nadie ahora. Juré protegerte a ti y a tu madre. ¿Entiendes? Te daremos la vida que no tuvimos”.

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