Los cónyuges no siempre se jubilan al mismo tiempo. Aquí tienen unos consejos para gestionar bien ese pequeño desajuste momentáneo y evitar tensiones.
“Mi marido, que es mayor que yo, se ha jubilado”, me escribe una lectora. “Tiene proyectos en casa, de vacaciones, de viajes, mientras que yo no habré terminado de trabajar hasta poco menos de diez años. ¿Cómo podemos ir mejor acompasados?”, se lamentaba un día una mujer. Una historia en la que podrán reconocerse algunas parejas.
Es evidente que el problema de elección vital (y quizás de residencia) en el momento de la jubilación solo puede plantearse si, en la pareja, todavía está presente el amor. Si ya no hay amor, se puede comprender que cada uno sienta la necesidad de escoger la solución que le convenga. Por el contrario, se produce un inevitable dilema cuando aún existe un amor fuerte y fiel pero también deseos diferentes, cada cónyuge puede tener la impresión de estar sacrificándose, de estar exterminando una dimensión importante de su ser si se resuelve a aceptar la elección del otro. Entonces, ¿qué hacer?
Prescindir del término medio
Ante todo es importante que cada uno escuche, reciba y asimile las razones del otro para justificar su posición. Así, cuando uno de los cónyuges se jubila y el otro no, este último debe comprender hasta qué punto la jubilación es un punto de inflexión importante para su cónyuge, un cambio radical. Tiene que darse cuenta de que el otro tiene una necesidad absoluta de dar un sentido a su jubilación reencontrando actividades apasionantes en vez de quedarse “marinándose” (¡y envejecer más rápido!) en una inactividad sin objetivo. El cónyuge no jubilado sería, además, el primero en padecer esta situación.
No obstante, el cónyuge jubilado debe comprender también, por su parte, ¡que su alma gemela todavía no está de vacaciones! No es razonable que deje su trabajo si pierde, por ejemplo, años de cotización, ni cambiar de país si no puede encontrar un trabajo similar. En este caso, no podemos prescindir del término medio.
Y sólo hay dos soluciones posibles: o bien uno se adapta, después de una reflexión, a los deseos del otro, cosa que sólo es viable si el gesto se acepta por amor y no obligado con rencor por pacifismo masoquista; o bien cada uno hace lo que cree poder hacer, incluso en ausencia del otro. ¡No es necesario estar siempre pegados!
Denis Sonet