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El siglo IV fue un torbellino para los cristianos. Al salir de una brutal persecución, se encontraron disfrutando del favor del emperador Constantino, de sus hijos e incluso (o especialmente) de su madre, santa Elena. Esta nueva aceptación dio lugar a una paz, prosperidad e influencia sin precedentes para la Iglesia, que se reflejó en la vida, la enseñanza y los logros de hombres y mujeres. La transformación radical de la cultura política planteó una serie de retos únicos, pero también enormes oportunidades.
En su artículo para Vatican News, Christine Schenk explica que destacadas figuras femeninas de la aristocracia cristiana colmaron a la Iglesia con su generosidad. Ni qué decir tiene que las nuevas cuestiones relativas al papel de la mujer y su participación pública (como en el caso de Santa Elena, nada menos que la madre del emperador) también formaban parte de la escena.
Como dijo el Papa Benedicto XVI en la audiencia general del 14 de febrero de 2007: “Sin la generosa contribución de muchas mujeres, la historia del cristianismo se habría desarrollado de manera muy diferente”. La presencia femenina, añadió el difunto Papa, no fue “en modo alguno secundaria”.
No es de extrañar, pues, que varias mujeres notables, conocidas como “madres de la Iglesia”, desempeñaran un papel importante en la configuración del cristianismo, trabajando junto a los “padres de la Iglesia”.
Schenk menciona, entre otros, el ejemplo de Santa Macrina la Joven (hermana mayor de Basilio el Grande, Gregorio de Nisa, Naucracio y Pedro de Sebaste), que no solo estableció una próspera comunidad monástica, sino que allanó el camino para las reglas monásticas posteriores, dejando una huella indeleble en la vida cristiana.
Otras, como la innovadora escritora y poeta Proba (Faltonia Betitia Proba), reutilizaron textos clásicos para compartir la historia cristiana, tendiendo puentes entre el saber pagano y la floreciente fe.
Estas son solo algunas pinceladas de la vida de mujeres que contribuyeron significativamente al desarrollo temprano de la Iglesia. Ayudaron a labrar el camino de la Iglesia, dando testimonio de su fe y moldeando el futuro del cristianismo en el proceso.