Existen tantas personas como formas de entrar en contacto con Dios; hay ciertas formas de oración que convienen a muchas personas pero que para otras no funcionan, por ello, es importante señalar que no existe una forma de oración perfecta para todos.
Para algunos, el rosario -y rezado en compañía-, es la mejor forma de oración que les acerca a Dios. Para otros, esta forma puede resultar frustrante o aburrida. Una persona cantará en voz alta y tocará un instrumento para adorar al Señor, mientras que alguien más se sentará en un sillón, regulará su respiración e intentará concentrarse en la presencia de Dios mientras permanece en silencio total. Esto es -en una de sus dimensiones- la oración atenta.
Vínculos peligrosos con Oriente
La atención plena se practica en la espiritualidad del Lejano Oriente. En términos sencillos, consiste en centrarse en uno mismo en el momento. Ser consciente de uno mismo y de lo que se está haciendo aquí y ahora.
¿Puede trasladarse esto a la espiritualidad cristiana? Si aplicamos esa atención al cristianismo, ¡empezaremos a rezarnos a nosotros mismos en vez de a Dios! Sin embargo, si dirigimos nuestra atención al Señor, que está presente aquí y ahora en cada momento de nuestra vida, independientemente de lo que estemos haciendo, de que estemos en estado de gracia o no, nos abriremos a la oración clásica de la contemplación, o permanencia con Dios.
La entrada en la contemplación es análoga a la de la Liturgia eucarística: “recoger” el corazón, recoger todo nuestro ser bajo la moción del Espíritu Santo, habitar la morada del Señor que somos nosotros mismos, despertar la fe para entrar en la presencia de Aquel que nos espera, hacer que caigan nuestras máscaras y volver nuestro corazón hacia el Señor que nos ama, para ponernos en sus manos como una ofrenda que hay que purificar y transformar.
CIC 2711
Esto es lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica sobre la contemplación. Aquí llama la atención la palabra “concentración” del corazón, que no es posible sin estar atento a lo que sucede.
Al rescate de las distracciones
Todo el que reza experimenta distracciones. No es difícil, durante el Rosario, la Misa o la lectura de las Escrituras, desviar nuestros pensamientos hacia la familia, el trabajo o los problemas cotidianos. A menudo nos reprochamos a nosotros mismos por no centrarnos en Dios durante los momentos de oración.
La oración consciente nos ofrece una alternativa interesante: en lugar de luchar con diversos pensamientos durante la oración, propone “ocuparse” de ellos justo al principio de la oración.
La oración de atención, la concentración del corazón que lleva a la contemplación, es decir, a estar con Dios, comienza con la persona.
Salir de uno mismo para llegar a Dios
No nos encontramos con Dios fuera de nuestra corporeidad, vida cotidiana y psique. Rezamos a través de nuestro cuerpo, razón, emociones y pensamientos que solo funcionan en nuestro cuerpo. Estos son los pasos de la oración de atención plena:
1 | Concéntrate en tu cuerpo: ¿Qué sientes? ¿Te duele algo? ¿Tienes sueño? ¿Estás tenso? Si es así, ¿por qué? Siente tus pies, piernas, estómago, pecho, brazos, manos y cabeza. Simplemente date cuenta de que los tienes. Si te ayuda, puedes centrarte en tu respiración.
2 | Concéntrate en tus emociones: ¿Qué sientes? ¿Tristeza? ¿Alegría? ¿Cansancio? ¿Satisfacción? ¿Amargura? ¿Aburrimiento? ¿Energía? ¿Por qué crees que te sientes así?
3 | Concéntrate en tus pensamientos: ¿Qué pasa por tu cabeza? ¿A qué vuelves una y otra vez? ¿Qué pensamientos te molestan? Fíjate en ellos, no los rechaces, acéptalos y entrégaselos a Dios.
4 | Piensa en Dios: Él está aquí y ahora en esta oración. Está contigo. Te mira con amor y alegría. Puedes repetir su nombre: Jesús. Puedes pronunciarlo al ritmo de tu respiración.
Permanece con Dios tanto como quieras. Si surgen pensamientos date cuenta de ellos, apártalos suavemente y vuelve al nombre de Jesús y concéntrate en Su presencia. En la atención al hecho de que Él está.
La clásica oración ignaciana de atención
La oración de atención puede convertirse en contemplación; es decir, estar con Dios, o puede convertirse en examen de conciencia; es decir, mirar lo que pasa en mí: lo bueno y lo malo que ha pasado en mi vida. Esto no es nada nuevo. La oración de atención plena más famosa fue propuesta hace siglos por san Ignacio de Loyola.
Su método, llamado examen de conciencia ignaciano, cuarto de hora de honestidad o clasificador de pensamientos, no es más que estar atento a lo que Dios me da, a lo que siento, a lo que me empuja a actuar y a lo que he hecho.
Esta oración dura 15 minutos y se divide en cinco partes. Cada una puede durar igualmente 3 minutos, o -si lo prefieres- el tiempo que requieras.
1
Atención a lo bueno
En el primer paso, concéntrate en lo bueno que has experimentado en el día. ¿Qué fue alegre? ¿Qué encuentros fueron fructíferos y buenos? ¿Qué cosas buenas hiciste? Permanece atento a lo bueno.
2
Atención al Dios que está
Esto es prestar atención al Dios que estuvo presente contigo a lo largo del día, que está presente en esta oración. Es el Dios que te lleva a la verdad, no para deprimirte, sino para elevarte. Es el momento de pedir al Espíritu Santo su luz y su ayuda.
3
Atención a las sacudidas
Concéntrate en lo que ha ocurrido ese día, especialmente en los momentos difíciles en los que has hecho algo inapropiado o incorrecto. Piensa qué te impulsó a hacerlo pensamiento o emoción. Presta más atención a las conmociones que a los acontecimientos.
4
Atención a un Dios misericordioso
De nuevo, céntrate en el Dios que perdona. Él es inmutable. Te ama independientemente de lo que haya sucedido y siempre perdona. Pídele que repare lo que ha ido mal y que te dé la gracia de perdonar.
5
Atención para el día siguiente
Concéntrate en el día siguiente. Reflexiona sobre lo que te invita a hacer esta oración de atención, este examen de conciencia. ¿Cómo puedes mostrarte amor a ti mismo, a los demás y a Dios?
La atención plena no da tanto miedo…
La oración de atención plena, la práctica de notar los propios sentimientos, movimientos y, sobre todo, la presencia de Dios, puede ser una cura para el mundo distraído en el que vivimos.
Una oración en la que te fijas en ti mismo te ayudará a ver a Dios y sus acciones, así como a otras personas y sus necesidades. De esta manera podrás cumplir el mandamiento:
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con todas tus fuerzas. […] Amarás a tu prójimo como a ti mismo”
Mt 12,30-31