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La Biblia es el libro religioso por excelencia. Todos los cristianos del mundo la utilizan y es la base para conocer a Jesucristo, el Señor; sin embargo, a pesar de que la Iglesia católica designó, con la inspiración del Espíritu Santo, los libros que pertenecen al Canon, los católicos no suelen leerla, a menos que asistan a un curso. Aun así, si van a Misa a diario, estarán leyendo la biblia completa en tres años.
El origen de la Biblia
Estudiando un poco la historia de la Iglesia, encontramos que las primeras comunidades cristianas, evangelizadas por los Apóstoles, guardaron celosamente sus escritos, que fueron dados a conocer poco a poco; luego se fueron compartiendo y los Obispos, legítimos sucesores, dieron forma y orden a la lista de libros inspirados por Dios, determinando el Canon de las Escrituras que conformaron la Biblia definitiva. Estas decisiones se dieron en el Concilio de Hipona (África) en el año 393 y la última definición fue en el Concilio de Trento en 1546.
Por eso, la Iglesia es la única autorizada por Cristo para interpretar las sagradas Escrituras:
“El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo. Este Magisterio, evidentemente, no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado, por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad, y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad revelada por Dios que se ha de creer” (Dei Verbum 10).
La Palabra de Dios en la liturgia
El que pone atención en Misa, se da cuenta de que, en la liturgia de la Palabra, que es la primera parte de la Eucaristía, se da lectura a un libro del Antiguo testamento, donde la promesa del Mesías al pueblo elegido siempre está presente; en seguida, alabamos al Señor con el salmo que respondemos con una antífona; y luego leemos el Nuevo Testamento, si es domingo, en la segunda lectura y el santo Evangelio. Entre semana no leemos segunda lectura. Además, el Evangelio cambia de Evangelista acuerdo al ciclo: A, B o C, y de tiempo litúrgico: ordinario, adviento, cuaresma o pascua.
La liturgia de la Palabra se enriquece con todas las lecturas bíblicas, las cuales son una preparación a la liturgia Eucarística, donde el sacerdote convierte las especies del pan y el vino en Cuerpo y Sangre de Cristo, y participamos de Él durante la comunión.
La importancia de leer la Biblia
Ahora bien, la lectura de la Biblia debe ser parte de nuestra vida, porque se trata de la Palabra viva de Dios, por lo que la Iglesia recomienda desde el Concilio Vaticano II «a que aprendan “el sublime conocimiento de Jesucristo”, con la lectura frecuente de las divinas Escrituras. “Porque el desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo”» (Dei Verbum 25).
Hagamos caso de la exhortación de la Iglesia y oremos con la sagrada Biblia para que haga provecho en nuestras almas.