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Reajustar nuestro software sobre el Mediterráneo
La primera petición del Papa es cambiar la mirada sobre el Mediterráneo, que a menudo se percibe como un mar de separación. “El Mare nostrum es una zona de encuentros: entre las religiones abrahámicas, entre el pensamiento griego, latino y árabe, entre la ciencia, la filosofía y el derecho, y entre muchas otras realidades”, recordó el Pontífice, de 86 años. Aseguró que el Mediterráneo no es en sí mismo “una cuestión de conflicto, sino una respuesta a la paz”.
Admitir que la migración es un fenómeno a largo plazo
Mientras las costas italianas se enfrentan actualmente a cifras récord de migrantes, el Papa deploró el cierre de algunos puertos. “Sonaron dos palabras”, dijo con tristeza: “invasión” y “emergencia”.
El Papa fue firme: “Los que arriesgan su vida en el mar no invaden, buscan hospitalidad”. También descartó el carácter coyuntural de esta crisis: “En cuanto a la urgencia, el fenómeno migratorio no es tanto una emergencia momentánea, siempre buena para la propaganda alarmista, sino un hecho de nuestro tiempo”.
Europa debe asumir sus responsabilidades
A continuación, el Papa pidió una respuesta europea para gestionar estas dificultades “con sabia previsión”. Señaló los desequilibrios económicos estructurales entre las orillas del Mediterráneo. “Por un lado, hay opulencia, consumismo y despilfarro, y por otro, pobreza y precariedad”, se entristeció el Papa.
Recordó los “3 deberes” que el Papa Pablo VI ya había confiado a las naciones más desarrolladas: “El deber de la solidaridad, es decir, la ayuda que las naciones ricas deben prestar a los países en vías de desarrollo; el deber de la justicia social, es decir, la rectificación de las relaciones comerciales defectuosas entre pueblos fuertes y débiles; el deber de la caridad universal, es decir, la promoción de un mundo más humano para todos”.
El Papa también advirtió que el criterio principal en esta crisis no puede ser el mantenimiento del propio “bienestar”, sino “la salvaguardia de la dignidad humana”.
Garantizar un “gran número” de entradas legales y sostenibles
Para evitar el tráfico y la “explotación de seres humanos” que el Papa calificó de “lacra”, el jefe de la Iglesia católica explicó que la solución no es “rechazar”. Al contrario, se trata de “asegurar, según las posibilidades de cada uno, un gran número de entradas legales y regulares, sostenibles gracias a una acogida justa por parte del continente europeo, en el marco de la colaboración con los países de origen”.
Y el Papa vaticina: “Cerrar las puertas para ‘salvarnos’ se convertirá mañana en una tragedia”.
Integrar “sí”, asimilar “no”
El Papa distinguió entre asimilar a los inmigrantes e integrarlos. Esta última es difícil, reconoció, pero “nos prepara para el futuro que, querámoslo o no, será juntos o no”.
La asimilación, en cambio, es “estéril” porque “no tiene en cuenta las diferencias, […] hace prevalecer las ideas sobre la realidad y compromete el futuro aumentando las distancias y provocando la creación de guetos”. Este fenómeno acaba generando “hostilidad e intolerancia”, advirtió el Papa.
Favorecer la circulación de estudiantes en el Mediterráneo
Para hacer del Mare Nostrum un “laboratorio de paz”, el Papa Francisco también dirigió su atención a los jóvenes y a la red de universidades mediterráneas. Se alegró de que cinco mil de los 35 mil estudiantes presentes en Marsella fueran extranjeros.
A través de estos encuentros, subrayó, “se rompen prejuicios, se curan heridas y se aleja la retórica fundamentalista”. Y añadió: “Los jóvenes bien formados y orientados hacia la fraternización pueden abrir puertas insospechadas al diálogo”.
Los cristianos deben ser “escandalosamente evangélicos”
Al final de su discurso, que duró casi 35 minutos, Francisco se dirigió más específicamente a los cristianos, a los que no quiere ver “en un segundo plano cuando se trata de caridad”. Confiándoles el “Evangelio de la caridad” como “carta magna de la pastoral”, el Papa les puso como modelo a san Carlos de Foucauld, que eligió dejarlo todo para vivir como ermitaño en el desierto del Sahara junto a los tuaregs.
“En este estilo de vida escandalosamente evangélico, la Iglesia encuentra un puerto seguro en el que desembarcar y desde el que volver a zarpar”, prometió. Saliendo de sus apuntes, pidió que la Iglesia no sea una “aduana”, sino una “puerta de Esperanza para los desanimados”.