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El lunes 4 de septiembre, tras cinco intensos días de trabajo, los 66 periodistas que habían seguido a Francisco durante toda su estancia en Ulán Bator subieron al avión y ocuparon sus asientos, como de costumbre, en las últimas filas del A330. Les entregaron sus famosos “regalos”.
En primer lugar, la medalla, presentada en su cajita de vellón: de bronce, lleva en relieve el escudo del Papa en una cara y, en el reverso, una creación que se supone representa el espíritu del país o países visitados.
El viaje a Mongolia incluye la catedral de Ulan Bator y su forma de “ger”, la yurta tradicional; las montañas sagradas de Altai; los animales del país (un caballo, un camello, una vaca, una cabra y una oveja); y un monasterio budista y un instrumento musical tradicional.
Para algunos periodistas, se trata de objetos de colección guardados con mucho cariño, en una pequeña cómoda o en una estantería. “Son objetos preciosos; los guardo en un armario y los miro de vez en cuando, me recuerdan los buenos momentos de mis viajes”, dice un colega francés. “Las pongo en un estante destacado para lucirlas”, dice un estadounidense.
“Me las robaron durante un robo, así que me conecté a Internet para comprar más”, dice un colega que viajó con Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. Una prueba de que, aunque nadie a bordo lo admita, algunas medallas acaban revendiéndose.
Otro colega, del otro lado del Atlántico y uno de los más experimentados, explica que conserva las más de 70 medallas que le han regalado, guardándolas en una bolsa de plástico con el resto de objetos del viaje cada vez que regresa. Ha regalado una o dos, incluida una de un viaje a Egipto, a un amigo de ese país, pero no está seguro de qué piensa hacer con ellas de otro modo. “Cuando me muera, mi hija los recuperará”, se da cuenta de repente. Una mujer italiana los guardó en una caja fuerte: “Están cogiendo polvo”, admitió.
El segundo regalo del Papa fue un sobre franqueado desde Ulan Bator con un sello en el que aparecía el Papa. Uno de los expertos vaticanistas me cuenta que su amigo filatelista está encantado con él. Algunos ya están pensando en sacar beneficio: “No tengo ni idea de lo que vale, así que lo meto en una caja con todas las demás cosas con las que no sé qué hacer, una caja grande que venderé más tarde”. “Ya no usamos cartas, no sé para qué sirven, pero es bonito”, dice un corresponsal español.
Por último, una pequeña bolsa de polipiel de colores con el escudo papal en relieve, con un rosario también con el escudo papal y dos pequeñas fotos de Francisco. Estos regalos los hacen casi siempre los periodistas a amigos “a los que realmente importa”, o a familiares ancianos o enfermos.