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Las monjas norbertinas del monasterio de Santa Catarinadal, situado en la región de Brabante, al sur de los Países Bajos, son una de las congregaciones más antiguas del país: existen desde hace casi 750 años.
A pesar de una historia turbulenta -la Reforma o el dominio francés tras la conquista napoleónica, cuando, a pesar de la libertad religiosa, la vida monástica se consideraba inútil-, las monjas norbertinas han conservado no solo su comunidad, sino también los edificios del monasterio y las tierras que los rodean, en gran parte gracias a la protección de la corte real, a la que varias monjas estaban vinculadas. En la medida de lo posible, las monjas cultivaban los campos y gestionaban la granja para ser autosuficientes. Y así sigue siendo hoy, con un único cambio en el cultivo y el paso a la vid desde 2015.
¿Por qué vino?
“El vino tiene connotaciones bíblicas y hace referencia a Jesús. Y, la verdad, a las monjas también les gusta”, explica Sor María Magdalena, priora del monasterio de Santa Catarinadal. Aunque en un principio las monjas norbertinas se plantearon cultivar lúpulo en los extensos terrenos del monasterio, decidieron que la producción de cerveza era menos acorde con la imagen de un monasterio femenino, por lo que en mayo de 2015 empezaron a producir vino.
Esta actividad comercial de las hermanas (que gestionan el viñedo, la bodega y la tienda del convento), se puso en marcha por una sencilla razón: mantener una base financiera saneada para el futuro. En un país donde hay cierta distancia entre la sociedad y la Iglesia, y por tanto probablemente relativamente poco apoyo material de la comunidad, los conventos intentan ganarse la vida con su propio trabajo.
Vino blanco, rosado y espumoso
Las hermanas producen una amplia gama de vinos. Norbertus blanco (nombre del fundador de la orden), Ricwere rosado (nombre de la primera monja norbertina), o Augustinus, un Chardonnay madurado en barricas de madera (nombre del Padre de la Iglesia cuya regla monástica se sigue en la orden norbertina). También hay un Pinot Gris madurado en barricas de madera, un vino rosado madurado en barricas de madera, creado exclusivamente para el restaurante del monasterio, y un vino espumoso tradicional elaborado con uvas blancas de Chardonnay. Todo ello se produce en 7,5 hectáreas, ¡el equivalente a diez campos de fútbol!
Las hermanas producen una media de 40.000 botellas de vino con su cosecha anual de fruta. Pero con la ola de calor que asoló el país en el verano de 2022, se encontraron en una difícil situación de sobreproducción. De hecho, la vendimia fue tan abundante que produjeron hasta 64.000 botellas de vino, que no pudieron vender. Nada de qué preocuparse, sin embargo, ya que las hermanas son optimistas respecto a sus existencias y confían en la Providencia. “Si se venden, se aliviarán nuestras preocupaciones financieras”, afirma serena Sor María Magdalena.