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Del 31 de agosto al 4 de septiembre de 2023, el Papa Francisco será el primer Papa que visite Mongolia. Aunque la primera intención del Pontífice es dirigirse al pueblo mongol y a la pequeña comunidad católica local, su viaje al país de los jans, una antigua república socialista encajada entre Rusia y China, es también un movimiento estratégico para la Santa Sede.
Desde la caída del Muro y el fin de la autarquía de los bloques socialistas, uno de los principales ejes de la diplomacia vaticana ha sido intentar hacer oír su voz en esta vasta zona que se extiende desde los Balcanes hasta el sudeste asiático. El objetivo: apoyar a las comunidades perseguidas y fomentar la misión y la evangelización.
El legado de Juan Pablo II, considerado por muchos observadores como uno de los artífices de la caída del mundo comunista, ha hecho, sin embargo, que muchas antiguas repúblicas socialistas desconfíen de la presencia católica en su territorio. Es el caso, en particular, de Rusia -que ningún Papa ha podido visitarla- y de China -donde la Iglesia está bajo la tutela de una Asociación Patriótica leal al Partido Comunista Chino-, pero también, en diversos grados, de Kazajstán, Vietnam, Laos y Mongolia.
Sin embargo, Mongolia se ha mostrado recientemente abierta a establecer nuevas relaciones con la Santa Sede, como atestigua la visita del Papa. Un caso similar es el de Kazajstán, que el Papa Francisco visitó el pasado mes de septiembre. En estos dos países, ambos fronterizos con Rusia y China, los gobiernos se han mostrado dispuestos a relajar su control sobre las Iglesias locales, aunque sin conceder total libertad a los misioneros y sacerdotes locales.
Diplomacia periférica
La diplomacia desarrollada por la Santa Sede en este tipo de países parece ser “periférica”, por utilizar un término muy querido por el Papa Francisco: yendo a las fronteras de China y Rusia, el Papa intenta asegurarles que es capaz de integrar los desafíos culturales asiáticos, y que no es -como se teme en Pekín y Moscú- el “capellán de Occidente”. Las buenas relaciones con Mongolia, Kazajstán y Vietnam, que mantienen fuertes vínculos con sus grandes vecinos, podrían servir en el futuro de modelo para estrechar lazos con estos últimos.
Con Rusia, este compromiso se ha hecho especialmente patente desde 2022 y el estallido de la guerra en Ucrania. En el vuelo de regreso de su viaje a Kazajstán, el Papa Francisco declaró que cerrar la puerta al diálogo con Rusia equivalía a cerrar “la única puerta razonable que conduce a la paz”. Su diplomacia sigue defendiendo esta línea de conducta, como demuestra la reciente misión a Moscú del cardenal Matteo Maria Zuppi.
Aunque Rusia está menos presente en Mongolia que en China, goza de un renovado afecto por parte de la población local, según un misionero que pasó allí diez años. Ulan Bator podría ser, por tanto, un valioso intermediario para las conversaciones con Moscú.
Con China, las dificultades del Vaticano parecen aún mayores, ya que el histórico acuerdo sobre el nombramiento de obispos, alcanzado entre ambas partes en 2018, hasta ahora no ha dado realmente sus frutos: China sigue actuando sin consultar a la Santa Sede. Durante su anterior viaje a Kazajistán, el pontífice intentó en vano reunirse con Xi Jinping, que casualmente se encontraba en Astaná al mismo tiempo que él. En Mongolia, el Papa proseguirá su viaje por la Ruta de la Seda e intentará dar un paso más hacia Pekín.
Desde hace tiempo, la Santa Sede considera Mongolia como la puerta de entrada de la Iglesia a China. En un discurso pronunciado con ocasión del Jubileo del año 2000, el cardenal Jozef Tomko, encargado de las misiones, se congratulaba de los primeros bautismos celebrados en Mongolia, e inmediatamente después declaraba: “y al mismo tiempo, esperamos el tiempo de la Gran China”. Esta puerta está ahora entreabierta para los sacerdotes, a pesar de los estrictos controles impuestos por las aduanas chinas.
El collar de perlas
En Mongolia, la Santa Sede parece estar poniendo una nueva piedra en una especie de cerco a China. Puede describirse como una estrategia de “collar de perlas”, en referencia al “collar de perlas” establecido por China en el sudeste asiático y el océano Índico.
Este “collar de perlas” está formado principalmente por los centros tradicionales del catolicismo en la región, Taiwán y Hong Kong, donde el cardenal Stephen Sau-yan Chow es un intermediario clave con Pekín. Sin embargo, el antiguo enclave británico y la pequeña república de Formosa también se han visto debilitados por la intención declarada de Pekín de ponerlos bajo su control total en los próximos años, reduciendo el margen de libertad que los convertía en una plataforma estratégica para la Iglesia, en particular para el envío de misioneros a China.
Frente a este debilitamiento de Taiwán y Hong Kong, Mongolia, como Birmania y Kazajstán, representa una nueva forma de discreta presencia católica a las puertas de China. Y el espectacular calentamiento de las relaciones entre el Vaticano y Vietnam este verano -con la apertura de relaciones diplomáticas- es un paso más en esta dirección.
En los últimos años, el Papa Francisco también se ha rodeado de consejeros que pueden desempeñar un papel mediador con China, en primer lugar el pro-prefecto del dicasterio para la evangelización, el cardenal filipino Luis Antonio Tagle, nieto de un emigrante chino y que ha participado en los intentos de acercamiento a Pekín liderados por la diplomacia vaticana bajo el cardenal Pietro Parolin. También está el cardenal William Goh, arzobispo de Singapur y miembro de la numerosa diáspora china de la ciudad-estado.
En Mongolia, a pesar de la escasa población china, el Pontífice decidió conceder el birrete cardenalicio al joven misionero Giorgio Marengo. Territorialmente hablando, Mongolia, en la Iglesia, está unida a la vasta zona de Asia Central, lo que convierte al cardenal-prefecto de Ulan Bator en la vanguardia de la Iglesia en esta Ruta de la Seda que China intenta reavivar.