El pasado 6 de mayo se vivió una jornada irrepetible en Uruguay: la beatificación de su primer obispo, monseñor Jacinto Vera. Ese día la lluvia fue una de las grandes protagonistas (incluso hasta se analizó la posibilidad de cambiar el Estadio Centenario como sitio de la celebración, algo que finalmente no aconteció).
Para muchos, lo sucedido en aquel entonces, tal cual se mencionó incluso durante la celebración, fue una señal de bendición –en un contexto de fuerte sequía que ya venía atravesando el país- con una lluvia liviana y llevadera.
Curiosamente, aquel día fue de los pocos en las últimas semanas donde se confirmaron los tan anhelados pronósticos de agua. Con el paso de las jornadas, la ausencia de lluvias se transformó en uno de los principales temas de conversación y preocupación en Uruguay, con foco en la capital, Montevideo, y zonas aledañas.
Declaración de emergencia
Uruguay está atravesando una crisis hídrica histórica, la peor en varias décadas. Según recuerdan medios como Ámbito, esto llevó al gobierno uruguayo encabezado por el presidente Luis Lacalle Pou a tener que declarar dos emergencias en menos de un año.
En primer lugar, una emergencia agropecuaria a modo de alivio por los efectos del déficit hídrico sobre una actividad emblemática para la economía local. En segundo lugar, el pasado lunes 19 de junio, otra hídrica para Montevideo y zona metropolitana.
De fondo, la preocupación por el agua potable y con propuestas –más allá para seguir elevando los niveles de sodio y cloruro para no tener que afectar el suministro debido a la escasez de las reservas – para encontrar solución a las zonas que proporcionan el agua necesaria en represas. Todo esto es algo que desde hace algún tiempo ha estado ocurriendo y ha generado el aumento en la demanda de agua embotellada en las zonas más golpeadas.