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Si hay una devoción a la que el caraqueño es fiel es al milagroso Nazareno de San Pablo. Tiene una cofradía que se remonta a los tiempos coloniales y no hace sino crecer cada año.
El día más concurrido para el templo donde «reside» es el Miércoles Santo donde las misas se suceden hora por hora y la gente acude por cientos de miles desde la madrugada hasta que finaliza la Semana Mayor.
Su lugar es Santa Teresa, en pleno corazón del centro de la capital. Una majestuosa edificación del más puro estilo colonial, donde es constantemente visitada esta imagen de Jesucristo, con la cruz al hombro y vestimenta morada, la cual imitan todos aquellos que llegan hasta él pagando promesas.
La basílica fue construida por el entonces presidente de Venezuela, el general Antonio Guzmán Blanco, quien era para nada creyente -y fue duro con la Iglesia, expulsando a diestra y siniestra, cerrando seminarios y colegios católicos- pero sí su mujer, Ana Teresa, en atención a la cual recibió el nombre el conocido templo.
«Díganme que no estoy loco»
Algunos hechos insólitos ocurren alrededor de esta imagen. Los cofrades salen con él en hombros en cada procesión que dura muchas horas. «No lo creerás -cuenta a Aleteia uno de ellos- pero cuando ya llevamos 6 horas caminando y estamos exhaustos, sucede algo extraordinario: ella se pone liviana, pesa muy poco. Y eso lo notamos todos. Sus 800 kilos parecen diluirse, como para aliviarnos el paso».
Otra situación muy extraña -por decir lo menos- han vivido no una sino varias veces y no una, sino varias personas. Extraño, por decir lo menos, es el relato que nunca cuentan haciendo con nosotros una excepción.
Un día, se encontraban dentro del templo y, de repente, uno de ellos vio algo que lo dejó helado. En seguida corrió a buscar a los demás y les mostró el pedestal donde reposa el Nazareno. Sólo la inmensa estatua pesa 800 kilos, más el resto… les dije:
«Díganme que no estoy loco, que ustedes ven lo mismo que yo». El pedestal estaba suspendido en el aire, sus cuatro patas sin apoyarse en ninguna parte y el Nazareno intacto, ¡sin moverse!
Al presenciar aquello quedaron tan sorprendidos que ni siquiera lo cuentan aunque compartirlo fue, sin duda, una manera de reafirmarse en la fe para todos aquellos que vivieron ese momento. Una experiencia increíble pero cierta, según nos aseguran.
«Tu santo es poderoso»
Uno de sus cofrades más entusiastas, Ángel Castro, apodado «El Morocho», accedió a contarnos su historia. No era un joven muy creyente y menos un devoto practicante aunque, como todo caraqueño que se respete, hacía su fila para ver al Nazareno en Semana Santa.
Siempre seguía las transmisiones de las procesiones por televisión, desde muy pequeño, y estaba fascinado por ese mundo de fe y fervor. «Yo me preguntaba qué se sentiría al estar allí, toda esa gente con tanta fe siguiendo al Nazareno por horas de horas».
Pero su vida cambió un Miércoles Santo. Se encontraba muy mal anímicamente y acudió, como tanta gente lo hace, al Nazareno. Muchas circunstancias -que no vienen al caso y sería muy largo contarlas- se conjugaron y las consideró demasiado evidentes como para ser casualidades.
Una de sus visitas al Nazareno decidió hacerla de rodillas, hasta que uno de los cofrades más antiguos lo levantó y le dijo: «No tienes que hacer eso. El Nazareno no quiere que rompas tus rodillas. Ven conmigo».
Lo llevó dentro del templo y comenzó a hablarle. Él le confió lo mal que se sentía. «Para hacerte el cuento corto, no sé ni cómo terminé miembro de la cofradía». Ya lleva 16 años cargando al Nazareno.
En otra ocasión, se enfermó, pero de verdad. Lo ingresaron y tenía una aguda peritonitis. Para los médicos no tenía salvación. Se iba a morir. Quedó inconsciente y tuvo una experiencia de esas que tanta gente cuenta pero que él quisiera representar y confiesa que no sabría cómo hacerlo.
«Fue indescriptible. Sólo puedo decir que estuve con mucha fiebre y el médico me dijo que tendría que pasarme a cuidados intensivos».
Y continúa: «En medio de esto, tuve lo que me pareció un sueño donde había un coro que cantaba de manera espectacular. Me encontraba e en una especie de tarima escuchando todos esos cantos hermosos acompañados de trompetas. Yo hacía parte de esas voces. De repente, me bajo del coro y comienzo a formar parte del público. Del grupo, destaca una persona a la que se le va dibujando una cruz que era como el fondo de una luz muy potente que me golpea y, de repente, me despierto. Me encontraba en una camilla».
«Fue él»
Riendo, dice: «Creo que me mandaron para abajo. No era mi hora. No sé hacia dónde me llevaban en esa camilla. Probablemente para terapia intensiva. Lo que vi fue a mi hermano parado al lado».
«Más tarde vino el médico y me dijo: “Te tengo una noticia, te bajó la fiebre. Pero tu apéndice estaba putrefacto. ¿A qué santo le rezas? ¿Quién te cuida? Debes tener alguno muy potente porque de tu estado nadie se salva!” Yo sólo señalé al cielo: “Está allá arriba”, le dije. Por supuesto, supe de inmediato que había sido el Nazareno».
«Días después volví a consulta y mi caso debe haber dejado a todos estupefactos pues uno de los médicos, al verme, dijo: “¿Este fue el muchacho que se salvó?”».
«Sólo puedo asegurar que fue él, el Nazareno de San Pablo», sentenció.