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Entre todas las fiestas ‘laicas’ de nuestro calendario, el Carnaval es quizás la más religiosa: al fin y al cabo, qué razón habría para celebrarlo, si no fuera por la Cuaresma que se vislumbra sugiriendo aprovechar por última vez esa comida y esas diversiones a las que uno está a punto de renunciar, ¿en una sana forma de mortificación?
Fiesta bastante extraña, la del Carnaval, que sólo existe en virtud del período de penitencia que le seguirá: ya desde el nombre (que alude a la necesidad de quitar la carne) se hace evidente la referencia a la Cuaresma. Esta fiesta casi parece un memento mori a base de máscaras y confeti: sí, celebramos, mientras podamos, porque solo tenemos unos días disponibles; acabemos nuestras provisiones de dulces y embutidos, porque se acerca el ayuno de Cuaresma y aquí hay que vaciar la despensa.
Reflexionando un poco de atención, tendremos que admitir que son muy pocas las fiestas que nacen con las mismas características. Y entonces puede ser interesante preguntarse: ¿cómo surgió exactamente el Carnaval? ¿Qué tienen que ver las máscaras con la Cuaresma? ¿Y cuándo se desarrolla esta extraña fiesta agridulce?
Subiaco, 965: el acta de nacimiento del Carnaval
El Carnaval es una celebración más joven de lo que se podría pensar: el primer testimonio escrito que alude a la existencia de esta celebración lo constituye un acta notarial firmada en Subiaco en el año 965. En ese contexto, se cita el período del Carnaval como plazo fiscal: uno de las partes contratantes deberá pagar sus impuestos a más tardar en el período Carnelevare, evidentemente, un evento ya lo suficientemente popular como para ser conocido por casi todos.
¿Significa esto que en el año 965 ya existía el Carnaval tal y como lo conocemos hoy?
En realidad, parecería que no. A lo largo de los siglos XI y XII, el término aparece cada vez con mayor frecuencia en las escrituras notariales, pero siempre en el sentido antes descrito: el de una fecha bien conocida por todos, dentro de la cual debían efectuarse los pagos pactados por contrato.
Casi con seguridad, en la mentalidad de la época, este Carnelevare estaba ligado al Carniprivium, término utilizado popularmente en la Edad Media para indicar el domingo de la quinquagésima (es decir, el que caía cincuenta días antes de Pascua. El último domingo antes de la comienzo de la Cuaresma, para entendernos).
Según una antigua tradición (ya atestiguada, por ejemplo, en un sermón que escribió san Máximo de Turín en el año 465), los clérigos estaban obligados a abstenerse de comer carne desde ese domingo (para prolongar un poco más su mortificación, digámoslo así). Por lo tanto, es razonable suponer que el Carnelevare fue la reelaboración (laica y campesina) de ese domingo que (con toda la solemnidad litúrgica apropiada) recordó al clero la proximidad de la Cuaresma.
Papa Inocencio II: el primer hombre que (realmente) celebró el Carnaval
Pero, ¿era este Carnilevare también un día de fiesta?
Difícil de decir. Por su propia naturaleza, los primeros documentos que mencionan esta celebración no permiten comprender si ya estaban acompañado de momentos lúdicos. Hay que esperar al año 1140 para tener noticias de una fiesta propiamente llamada ‘Carnaval’; y la vemos desarrollarse en un contexto que probablemente nos sorprenda: la corte papal.
Extraño pero cierto: el primer personaje que pasó a la historia por haber celebrado el Carnaval no es otro que el Papa Inocencio II. Todos los años, en la víspera del Miércoles de Ceniza, el pontífice se entregaba a la mirada de sus súbditos en un paseo ceremonial que lo llevaba hasta la colina Testaccio, donde lo esperaba el prefecto de la ciudad y numerosos caballeros. En su presencia tuvo lugar lo que las crónicas de la época denominan el ludus Carnevelari: un acontecimiento, probablemente similar a una corrida de toros, que terminó con la matanza de un oso, un gallo y algunos bueyes.
Sin duda, una celebración incómodamente brutal para nosotros los modernos, pero no sin significado para un hombre medieval. Las crónicas de la época apuntan a que la matanza de aquellos animales pretendía subrayar la necesidad de abandonar la bestialidad desenfrenada ante la inminente Cuaresma, vivida bajo la bandera del rigor moderado.
¿Las máscaras? Originalmente, eran animales.
Lo cierto es que, en los ludi del carnaval medieval, confluían muchas tradiciones populares ligadas a las fiestas paganas con el objetivo de celebrar el final del invierno.
Por ejemplo, sabemos con certeza que una costumbre campesina, nacida en la época precristiana pero mantenida intacta a lo largo de la Edad Media, incitó a muchos hombres a llevar máscaras de animales en los últimos destellos del invierno, cuando el clima ya comenzaba a calentarse y la perdiz dejaba su guarida. Recorrer las calles del pueblo ‘asumiendo la apariencia’ de un animal del bosque era un gesto de buena suerte, que simbolizaba el despertar de la naturaleza tras los agotadores meses de invierno: probablemente, un antiguo rito de fertilidad, transformado a lo largo de los siglos en un simple momento de celebración colectiva.
Pues bien: hacia el siglo XII se fue extendiendo lentamente la costumbre de hacer coincidir estas mascaradas campesinas con los días inmediatamente anteriores al comienzo de la Cuaresma. Nacieron las primeras máscaras de Carnaval.
¿El Carnaval moderno? Nació en el siglo XIII
La moda se extendió por toda Europa, extendiéndose como la pólvora y con una rapidez sorprendente. Thomas Becket habló con simpatía de los carnavales con los que se divertían los niños de Londres; y en 1251, el Carnaval de Viterbo se había convertido en un evento tan importante para la vida de la ciudad que fue regulado en estatutos. A finales del siglo XIII, no había ciudad europea que no celebrara el Carnaval recurriendo a mascaradas festivas y grandes banquetes en la plaza pública: se agotaban todos aquellos alimentos ‘grasos’ que pronto ya no sería posible comer. Y, con la ocasión, se festejaba un poco: ¡porque bromear en compañía es bueno y correcto, de vez en cuando!
Nacía así el Carnaval que hoy conocemos, con su aparato de tortitas fritas, mascaradas, risas y bromas: una fiesta medieval que, sobreviviendo intacta a lo largo de los siglos, todavía hoy marca nuestra vida cotidiana.