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En el Museo Diocesano de Ancona (Italia), se conserva una piedra en un relicario: la piedra de San Esteban. La tradición afirma que la roca golpeó el codo de Esteban cuando lo apedrearon hasta la muerte. Y si bien esta no es la única piedra de San Esteban que se conserva en una iglesia, a esta se le atribuye la responsabilidad de la cristianización de la ciudad.
Esteban ha sido considerado tradicionalmente como el primer mártir del cristianismo. Según los Hechos de los Apóstoles, fue diácono en la Iglesia primitiva de Jerusalén. Principalmente a se dedicaba a distribuir bienes a las viudas de habla griega entre la comunidad judía helenística. También fue predicador.
Sus enseñanzas, nos dice el libro de los Hechos, enfurecieron a los miembros de varias sinagogas. Finalmente se le acusó de blasfemia y fue apedreado hasta la muerte. Saulo de Tarso (es decir, San Pablo) fue testigo del martirio de Esteban.
El relato también afirma que “hombres piadosos enterraron a Esteban y se lamentaron a gran voz sobre él” (Hechos 8, 2), pero no dice nada sobre la ubicación de la tumba. No fue hasta el año 415 que un sacerdote llamado Luciano tuvo un sueño en el que Gamaliel (maestro de Pablo) le mostraba el lugar.
Mientras iba allí con el obispo Juan de Jerusalén y una multitud de personas, la tierra comenzó a temblar. Un dulce perfume se extendió por todas partes y 73 personas se curaron de diferentes dolencias, según afirma el capítulo CXII de la Leyenda Áurea.
Inmediatamente después del descubrimiento de la tumba de Esteban, sus reliquias se esparcieron por todo el mundo cristiano. Cuando llegaron al norte de África, el mismo san Agustín veneró las reliquias y escribió una serie de sermones sobre san Esteban, los sermones 314 a 324.
Ancona y el codo de san Esteban
En el sermón 323, menciona no solo la piedra conservada en Ancona, sino que sugiere que tal vez el nombre de la ciudad tenga algo que ver con esta piedra. El sermón dice:
De hecho, son muchos los que saben cuántos milagros se realizan en esa ciudad por mediación del muy bienaventurado mártir Esteban. Escuchad también algo que os llenará de admiración: su memoria estaba allí ya desde antiguo y allí sigue. Quizá me digas: «Si su cuerpo aún no había aparecido, ¿a qué se debía aquella memoria?» El motivo se nos escapa; pero no ocultaré a Vuestra Caridad lo que la tradición nos ha hecho saber. En el momento de la lapidación de san Esteban estaban presentes también algunas personas inocentes, especialmente de aquellas que ya habían creído en Cristo. Se cuenta que una piedra le dio en el codo y de rebote fue a parar delante de un hombre piadoso. Él la cogió y la guardó. Como era navegante, el azar le llevó a dar al litoral de Ancona, y una revelación le indicó que era allí donde debía colocar aquella piedra. Él obedeció a la revelación e hizo lo que se le mandó. A partir de entonces comenzó a existir allí la memoria del santo Esteban y se corrió el rumor de que se halla allí su brazo, ignorando los hombres lo que había acontecido. Se piensa, sin embargo, que la revelación de poner en aquel lugar la piedra rebotada del codo del mártir va unida al hecho de que, en griego, «codo» se dice ankon. Mas, instrúyannos quienes saben cuántos milagros tienen lugar allí, donde no comenzaron a realizarse hasta después de la invención del cuerpo de san Esteban. Ved que allí no fue curado este joven, para reservar el espectáculo a nuestros ojos.
San Agustín, Sermón 323, Semana Santa del año 425.