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Cultura e Historia
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Conoce a la mujer que impulsó la educación femenina en México

Sor María Ignacia de Azlor y Echeverz

mediateca.inah.gob.mx (CC BY-NC-ND 4.0)

Sandra Ferrer - publicado el 11/12/22 - actualizado el 29/09/23

María Ignacia de Azlor dedicó su amplia fortuna a fundar una escuela para niñas que abrió una importante puerta para la educación en Hispanoamérica

La Iglesia Católica ha tenido, a lo largo de los siglos, un importante papel en el mundo educativo. Existen muchas congregaciones que se han extendido por todo el planeta dando testimonio de la palabra de Dios dedicándose al ámbito pedagógico. En este sentido, fueron muchas las mujeres que, desde su vocación religiosa, impulsaron la creación de escuelas para niñas. 

María Ignacia de Azlor y Echeverz nació en la Villa San Francisco de Patos, en Coahuila, el 9 de octubre de 1715. María Ignacia había llegado al mundo en el seno de una poderosa familia dentro del virreinato de Nueva España.

José de Azlor pertenecía a la Cámara del rey y ejercía como gobernador y capitán general de las provincias de Coahuila y Texas. Con tan solo dieciocho años, María Ignacia quedaba huérfana de madre y un año después desaparecía su padre, quedando como una rica heredera. Una de las más grandes herencias que había recibido había sido la profunda fe que le había transmitido su madre, Ignacia Javiera de Echeverz, una fe que terminaría llevando a María Ignacia a abrazar la vida religiosa. 

Una profunda vivencia de la fe

En una obra dedicada a su vida, se recordaba que “su devoción a María Santísima se puede llamar eximia, pues desde niña le rezaba, sin faltar día alguno, su oficio y el rosario de quince misterios: continuamente le hacía Novenas. Igualmente, “la devoción de la Madre María Ignacia al Santísimo Sacramento – recordarían años después – era tan reverente, que no se llegaba a esta sagrada mesa sin primero reconciliarse con mucha compunción de sus leves faltas; y aunque era nimio su temor, no omitía recibir este Pan de vida (no satisfecha de solo las Comuniones de regla) con la mayor frecuencia que podía”. 

La decisión de ingresar en un convento hacía tiempo que estaba tomada, pero antes debía realizar algunas gestiones en España. En la primavera de 1737, María Ignacia llegó a Veracruz, donde puso rumbo al este. Tras un largo viaje, su primer destino importante fue Zaragoza, donde, siguiendo las últimas voluntades de su padre, hizo una donación de seis mil pesos al santuario de la Virgen del Pilar. Ella misma, hizo otra aportación, de cuatro mil pesos, salidos de sus pertenencias personales. 

Después de visitar a algunos de sus familiares en España, el 24 de septiembre de 1742 ingresó al Convento de la Enseñanza de la Compañía de María Santísima, en la localidad navarra de Tudela. Dos años después, realizó sus votos perpetuos.

Allí permaneció unos años, modelando la idea que hacía tiempo permanecía en su corazón, trasladar el modelo educativo de la Compañía de María a su patria mexicana. Conocida cariñosamente como “La Indiana”, la hermana María Ignacia hizo todas las gestiones necesarias hasta que, años después, consiguió el permiso oficial para fundar un convento de la orden en tierras americanas. 

En el verano de 1753 regresaba a casa. Aún faltarían muchos escollos y problemas por resolver, pero ella nunca se rindió. En un principio, quiso erigir un convento en Nueva Vizcaya, donde ella había nacido y crecido, y donde había observado las dificultades que tenían las niñas para poder acceder a una educación digna.

Su llegada a México

Su proyecto inicial tuvo que ser desestimado, pues las muchas trabas que se encontró en el camino le hicieron cambiar sus planes. Su nuevo destino fue la ciudad de México, donde fundó el templo y convento de Nuestra Señora del Pilar de Religiosas de la Enseñanza y Escuela de María. El proyecto pudo ver al fin la luz, gracias al tesón de María Ignacia y a todo el dinero, joyas y bienes que había heredado e invertido en aquel magno proyecto. 

La hermana María Ignacia Azlor no vivió mucho tiempo más, falleció prematuramente en 1767, cuando apenas tenía cuarenta y dos años de edad. Pero marchaba feliz de haber alcanzado su objetivo. Atrás dejaba un legado imborrable. Abría una importante puerta a la educación femenina en Hispanoamérica. Las muchas religiosas que siguieron sus pasos mantienen viva en la actualidad la llama de su legado. 

Años después de su muerte, en 1793, se publicaba la historia de la fundación del Convento de Nuestra Señora del Pilar en ciudad de México, una obra en la que se ensalzaban las virtudes de “nuestra fundadora, que tanto bien nos trajo a costa de inmensos peligros, surcando dos veces el Océano para franquearnos esta dicha, con que logramos (aunque indignas) el ser miembros de esta Compañía de María Santísima, de que nos gloriamos como sus amantes y favorecidas hijas”.

En el mismo texto, se ponía el acento en la generosidad de María Ignacia Azlor: “Los varios afectos que causó en todos los concurrentes de ternura, asombro y edificación una acción tan generosa, no es fácil significarlo: viendo aquella gran mujer a quien lisonjeaba la fortuna con tan crecidos caudales, honras, aplausos y adoraciones mundanas, olvidar de una vez nobleza, caudal, obsequios, rendimientos, aclamaciones y todo lo que el siglo aprecia, para encerrarse en un claustro, conocían ser obra del poder de la gracia divina”. 

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