En la víspera del día de Santa Cecilia, patrona de la música, falleció en Madrid el trovador –así se consideró siempre– Pablo Milanés (Bayamo, Cuba, 1965). Millones de personas en todo el mundo se han vuelto a emocionar en las horas siguientes a su muerte, recordando sus canciones, que han marcado muchas vidas. El amor romántico, la nostalgia, el compromiso… eran temas comunes en su interpretación.
Vivía tranquilo, esperando la muerte
Pablo Milanés murió por una enfermedad oncohematológica (la razón por la que se trasladó a España, para recibir tratamiento). Pero desde su juventud había tenido problemas de salud. Cuando en 2020 un periodista español se refirió a esta cuestión dialogando con él, el cantautor dijo que más bien esto es lo que “me ha impulsado a no rendirme”.
“Pienso mucho en la muerte, ahí tiene mis canciones desde joven, donde en muchas está presente, pero al final pienso que es lo más cotidiano que puede ocurrir y estoy tranquilo, esperando”, explicaba en aquella misma entrevista.
El poder de la música
Pablo Milanés estaba enamorado de la música. Algo que transmitía muy bien cuando lo entrevistó Heraldo de Aragón: “La música es todo para mí, la mejor forma que encuentro para expresarme, la mejor manera de sentir e incluso de pensar. Creo que los músicos contamos con otro lenguaje muy especial, que nos permite comunicar, eso es algo único”.
En los últimos tiempos lamentaba que crecieran “el mal gusto y la superficialidad”, una amenaza para la música, y para el arte y la cultura en general.
Constataba la decadencia, pero también subrayaba que “dentro de esa crisis, dentro de ese gran mundo de las músicas comerciales sin esencia, sin mensaje, perviven, o sobreviven, expresiones con una carga crítica y que cuestionan lo que sucede a su alrededor”, como dijo a El Heraldo de Colombia.
Milanés solía explicar cómo le escribía gente contándole que “determinadas canciones le habían ayudado a superar momentos difíciles”. Y compartía su convicción: “creo que en eso reside el poder de la música, más que, en este caso, en temas concretos míos, es el don terapéutico, espiritual, de la música y que confirma que sin ella no tendríamos tanto consuelo”.
Ateo desde niño
¿Era un hombre de fe? Según él mismo explicaba en el año 2001 en Costa Rica, con ocasión de un concierto, procedía de una familia profundamente religiosa, pero sus convicciones personales iban por otro lado: se consideraba ateo desde su niñez. Así lo reiteró en 2020 en una entrevista en España: “yo soy ateo y revolucionario desde que nací, y no he cambiado”.
Algo de esto podemos atisbar en una de sus composiciones más recientes, Plegaria (2021), en la que cantaba: “¿Qué es lo que falta para creer que Dios murió? ¿Qué es lo que falta para creer quién lo mató?”.
Solía afirmar que su único dios era el ser humano. Quizás es lo que quiso transmitir en Acto de fe (1982) con estos versos: “Creo en ti, como creo en Dios, que eres tú, que soy yo; en ti, revolución”. Obviamente, es posible una lectura en clave política, pensando en la revolución comunista de Cuba (que él siempre defendió, aunque fue crítico con algunos de sus efectos, como la falta de libertad de expresión).
Fe y esperanza en tiempos difíciles
Tras los momentos más duros vividos a nivel global por la pandemia del COVID-19, comentaba: “espero que las reflexiones de todos nos lleven a unas relaciones más unidas, de paz y de amor”. Hasta ahí llegaba su optimismo, y su esperanza puesta en lo mejor que anida dentro del ser humano. También decía que lo experimentado “puede resultar en un milagro para la humanidad”.
Otra de sus últimas canciones, Esperando el milagro (2020), se estrenó el 31 de diciembre del año que supuso el shock de los confinamientos por el coronavirus y tantos fallecimientos.
“He hecho lo que sé, una canción, y he querido aproximarla a la religiosidad, pues todo el mundo, en el afán de salvarse, en el miedo que existe alrededor de todo lo que está pasando, de la tragedia que está viviendo el planeta… más bien reza que piensa”, declaraba entonces.
“Así estamos, al borde del final”, cantaba en aquella pieza. “¿Volverán los pecados? ¿Las deudas sanarán? ¿Tendremos un paraíso de igualdad y de paz?”, se preguntaba el trovador cubano –y universal–, para decir a continuación: “No tengo la respuesta”. Efectivamente, preguntas abiertas que sólo pueden ser contestadas desde la fe, desde el encuentro con Dios.