San Juan XXIII fue testigo de las atrocidades de dos Guerras Mundiales y oró fervientemente para que la sociedad mejorara. El panorama en ese momento no parecía prometedor, pero tenía la esperanza de que el mundo pudiera cambiar si se mantenía la paz dentro de la familia.
Explicó en su encíclica Ad Petri Cathedram que la paz dentro de la familia era la clave para la paz en el mundo.
Porque a menos que la paz, la unidad y la concordia estén presentes en la sociedad doméstica, ¿cómo pueden existir en la sociedad civil?
Esta unidad armoniosa que debe existir dentro del círculo familiar surge de la santidad e indisolubilidad del matrimonio cristiano. Es la base de gran parte del orden, el progreso y la prosperidad de la sociedad civil.
San Juan XXIII señaló el ejemplo de la Sagrada Familia en Nazaretcomo inspiración y habló de cómo su amor se extendió por todo el mundo.
La caridad que ardía en la casa de Nazaret debe ser inspiración para toda familia. Todas las virtudes cristianas deben florecer en la familia, la unidad debe prosperar y el ejemplo de su vida virtuosa debe resplandecer.
Sin embargo, cuando la familia sufre, el resto de la sociedad se derrumba, según San Juan XXIII.
Oramos fervientemente a Dios para que evite cualquier daño a esta valiosa, beneficiosa y necesaria unión. La familia cristiana es una institución sagrada. Si se tambalea, si se rechazan o ignoran las normas que el divino Redentor le impuso, entonces tiemblan los cimientos mismos del Estado; la sociedad civil se encuentra traicionada y en peligro. Todo el mundo sufre.
Este punto de vista fue sostenido por muchos santos, incluido san Juan Pablo II, quien hizo todo lo que pudo para enfatizar la necesidad vital de preservar la familia.
Si deseamos paz y justicia en el mundo, primero debemos mirar a nuestras propias familias y trabajar por la paz y la unidad en nuestro propio hogar.