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Margarita Occhiena: La madre de San Juan Bosco

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Sandra Ferrer - publicado el 30/09/22

Fue esta mujer de fe imperturbable quien ayudó a su hijo en los primeros años de su andadura como sacerdote. 

La familia salesiana se extiende a lo largo y ancho del planeta. Desde su fundación en Turín en 1859, su misión, basada en el amor a los niños, ha enseñado a medio mundo el mensaje de Jesús a pequeños y mayores.

San Juan Bosco sintió la llamada de Dios cuando era un joven de familia humilde y sencilla. Fue su madre quien no solo lo animó a seguir el camino marcado, sino que se convirtió en su principal ayuda en los primeros años de vida del Oratorio. Margarita Occhiena, con su profunda fe y su amor a su hijo, se convirtió en la madre de todos los niños que Juan había acogido. Con el tiempo, se convertiría en la madre de toda la familia salesiana. 

Juventud entre aperos de labranza

La historia de Margarita Occhiena es la historia de una mujer humilde, similar a la de millones de campesinos de la Vieja Europa, sometidos a los caprichos de la naturaleza y trabajando duro para sobrevivir. Había nacido el 10 de abril de 1788 en la localidad italiana de Capriglio. Su infancia y juventud transcurrió en el campo, entre aperos de labranza y utensilios de cocina. 

A los veinticuatro años, Margarita se casó con Francisco Luis Bosco, un hombre que se había quedado viudo y tenía un hijo de cuatro años. Instalado en I Becchi, Castelnuovo d’Asti, San Juan Bosco recordaba que “eran campesinos que ganaban honradamente el pan de cada día con el trabajo y el ahorro”.

La pareja tuvo dos hijos, José y el propio Juan y cuidaban también de la madre de Francisco, Margarita Zucca, una mujer impedida. “No tenía yo aún dos años, cuando Dios misericordioso nos hirió con una grave desgracia”. Con estas palabras recordaba San Juan Bosco la prematura muerte de su padre, quien falleció a causa de una pulmonía el 12 de mayo de 1817. Margarita se encontró, con veintinueve años, a cargo de tres niños y una anciana.

La muerte de Francisco coincidió con una terrible época de hambruna. Con una fe imperturbable y una fuerza de voluntad incomparable, Margarita Occhiena tomó las riendas de la casa y trabajó duro para poner un plato de comida a sus hijos cada día. “Al hacerse cargo de nosotros, mi madre tuvo que ocuparse de la casa y del trabajo que hacía mi padre en el campo. Ella era una mujer fuerte”.

Hacer de sus hijos hombres de bien

Margarita también dedicó parte de su vida a educar a sus tres hijos y hacer de ellos hombres de bien. Algo que no fue fácil, pues tuvo que lidiar con tres personalidades muy distintas. Y nunca se olvidó de transmitirles su amor a Dios.

Cuando Juan tenía nueve años, este tuvo un sueño en el que escuchó una voz que le marcaría el camino del sacerdocio y la santidad. Cuando Juan le preguntó quién era le respondió: “Yo soy el Hijo de aquélla a quien tu madre te enseñó a saludar tres veces al día”. Con estas palabras, a Margarita se le daba una importancia clave en la vida de Don Bosco, pues fue gracias a ella que recibió una fe profunda y duradera. A pesar de ser analfabeta, le enseñó el catecismo. 

“A los once años fui admitido a la primera comunión. Me sabía por entero el pequeño catecismo, pero ordinariamente nadie era aceptado a la primera comunión hasta los doce años. Además, debido a la distancia de la iglesia, el párroco no me conocía, limitándome casi exclusivamente a la instrucción religiosa de mi buena madre. Pero como no quería que siguiera creciendo sin llevar a cabo este gran acto de nuestra santa religión, ella misma se las ingenió para prepararme como mejor sabía  y podía. […] En casa, me hacía rezar y leer un libro bueno, dándome los consejos que una madre diligente tiene siempre a punto para sus hijos”.

Juan quiso hacerse sacerdote

Cuando Juan le comunicó a su madre que quería hacerse sacerdote, Margarita le apoyó de manera incondicional, regalándole estas hermosas palabras: 

“Querido Juan, has vestido el hábito sacerdotal; yo experimento con este hecho todo el consuelo que una madre puede sentir ante la suerte de su hijo. Pero recuerda que no es el hábito lo que honra tu estado, sino la práctica de la virtud. Si un día llegases a dudar de tu vocación, ¡por amor de Dios!, no deshonres ese hábito. Quítatelo enseguida. Prefiero tener un pobre campesino a un hijo sacerdote  negligente con sus deberes. Cuando viniste al mundo te consagré a la Santísima Virgen; al iniciar los estudios te recomendé la devoción a esta nuestra Madre; ahora te aconsejo ser todo suyo: ama a los compañeros devotos de María”.

Margarita Occhiena era una mujer de cincuenta y ocho años, agotada de una vida de tribulaciones y duro trabajo cuando Don Bosco le pidió un favor que solamente una madre podría realizar: “Madre, le dije un día, tendré que ir a vivir a Valdocco; en razón de las personas que habitan en aquella casa, a nadie que no sea usted puedo llevar conmigo”. Su respuesta fue inmediata: “Si te parece ser del agrado del Señor, estoy dispuesta a partir inmediatamente”. 

El 3 de noviembre de 1846, madre e hijo llegaban a Valdocco. Margarita llevaba consigo un pequeño canasto con ropa blanca y algunos enseres necesarios. Allí iniciaron la gran labor del Oratorio en el que los muchos niños huérfanos y desamparados que vivían hicieron de Margarita una verdadera madre. 

“Todos los trabajos domésticos los realizábamos mi madre y yo”. Una labor incansable que realizó Margarita con gran dedicación durante diez años. El 25 de noviembre de 1856, tras pedir a su hijo que rezara por ella, Margarita Occhiena entregó su alma a Dios. Los niños del Oratorio lloraron desconsoladamente la muerte de “Mamá Margarita”, como la conocían cariñosamente.  

Ciento cincuenta años después de su muerte, el Papa Benedicto XVI la declaraba Venerable por haber “ejercitado heroicamente las virtudes teologales de la Fe, de la Esperanza y de la Caridad, tanto hacia Dios como hacia el prójimo, así como las virtudes cardinales de la Prudencia, Justicia y Templanza, y otras virtudes anexas a éstas”. 

Margarita Occhiena no fue solamente la madre de San Juan Bosco, fue su primera y más fiel colaboradora en el que sería el gran proyecto salesiano. Ella le trasmitió su fe católica y, con su ejemplo virtuoso, fue su más fiel aliada en el camino que Dios había trazado para él. 

Su festividad se celebra cada 25 de noviembre

Nota: Citas extraídas de las Memorias del Oratorio

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