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Durante la Consagración de los pueblos de Rusia y Ucrania que hizo el Papa Francisco al Corazón Inmaculado de María, no pasó desapercibido por millones de devotos de la Virgen de Guadalupe que el Papa se refiriera a su mensaje maternal y consolidar cuando san Juan Diego trataba de escabullirse de su presencia preocupado por la salud de su tío Juan Bernardino: “¿Acaso no estoy yo aquí que soy tu Madre?”
Las dos líneas de la cita del Papa son las siguientes: “En esta hora oscura, ven a socorrernos y a consolarnos. Repite a cada uno de nosotros: “¿Acaso no estoy yo aquí que soy tu Madre?” Más adelante, el Pontífice argentino incorpora en su petición otra de las advocaciones de la Virgen María, la Virgen Desatanudos: “Tú sabes desatar los enredos de nuestro corazón y los nudos de nuestro tiempo” …
En la traducción del padre José Luis Guerrero, el mensaje de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego (para decirle que no se entristezca su corazón, que su tío Juan Bernardino no morirá, por ahora, de esa enfermedad), éste se desarrolla así:
“¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre? ¿Acaso no estás bajo mi sombra, bajo mi amparo? ¿Acaso no soy yo la fuente de tu alegría? ¿Qué no estás en mi regazo, en el cruce de mis brazos? ¿Por ventura aun tienes necesidad de cosa otra alguna?”
El Papa, conocedor de la guadalupana –ante cuya imagen meditó profundamente en la Basílica de Guadalupe en Ciudad de México en su visita a este país (febrero de 2016)—quiso traer el mensaje de “la morenita del Tepeyac” en un tiempo en el que el mundo ha perdido “la senda de la paz” y ha “olvidado la lección de las tragedias del siglo pasado, el sacrificio de millones de caídos en las guerras mundiales”.
Una situación análoga, no similar, se vivía en la Nueva España, en el siglo XVI. España había conquistado, con la ayuda de los pueblos tributarios de los aztecas, la gran Tenochtitlán. El primer obispo de la Ciudad de México, fray Juan de Zumárraga, había incluso pedido un “milagro” para que la guerra entre los naturales y los conquistadores no se volviera a desatar. Y entonces, apareció la Virgen de Guadalupe. E inició el camino de la conversión y de la paz.
De las trece apariciones marianas canónicamente aprobadas por la Iglesia católica, la de la Virgen de Guadalupe es la única que ha quedado escrita con todos sus detalles en un texto que bien puede ser considerado como “el acta de nacimiento de México”: el Nican Mopohua (frase con la que comienza el relato de las apariciones de la Virgen a San Juan Diego y que quiere decir en náhuatl “Aquí se cuenta”).
Apenas habían transcurrido diez años y cuatro meses de la caída de México-Tenochtitlán (13 de agosto de 1521) cuando sucedió el llamado “Milagro de las rosas” frente al primer obispo de la Ciudad de México,
El sábado 9 de diciembre de 1531, Juan Diego Cuauhtlatoatzin (“El que habla como águila”) se dirigía al catecismo y a escuchar Misa en Tlatelolco, donde los franciscanos habían edificado un convento. Había salido del poblado de Tulpetlac, lugar donde vivía con su tío Juan Bernardino. Al pasar por el cerro del Tepeyac –que quedaba en el camino—tuvo el primero de los tres encuentros con la Virgen de Guadalupe.
El más importante, el del martes 12 de diciembre en torno a las diez y media de la mañana, es el que quedó grabado para la posteridad en el ayate o tilma de Juan Diego, tela hecha con una clase de maguey llamado Agave Popotule, que era usada por los indígenas tanto para cubrirse como para instrumento de trabajo y carga.
En su ayate, Juan Diego transportó las flores que había recogido en el terreno pedregoso del Tepeyac y que Santa María de Guadalupe le pidió que le entregara al obispo Zumárraga, como “prueba y señal” de que quería que le construyeran ahí un templo. Es aquí donde empieza el otro milagro guadalupano. Su aparición provocó la aceptación de los indígenas del Evangelio que enseñaban los misioneros.
Se calcula que de 1531 a 1541 se convirtieron al catolicismo cerca de diez millones de indígenas, sobre todo de los que ahora son el centro de México. ¿Qué provocó el cambio? ¿Qué vieron los indígenas en la imagen para que aceptaran la nueva religión? ¿Por qué a partir de su aparición los antiguos mexicanos comprendieron las enseñanzas de los misioneros? Vieron una Madre protectora. Vieron a la Madre del “verdaderísimo Dios por quien se vive”.
Y se convirtieron de corazón. Y es, exactamente, el mensaje que quiso revivir el Papa Francisco el 25 de marzo.