Según los historiadores, la primera celebración de la Navidad en tierras de América sucedió el 25 de diciembre de 1492, en tierras de “La Española”, la isla que ahora ocupan República Dominicana y Haití.
Virginia Nylander Ebinger en su libro Aguinaldos, costumbres navideñas, música y comida de los países de habla hispana en América, da cuenta de este hecho en el que participó el propio Cristóbal Colón.
Desde ese momento, en los territorios que fueron conquistados por la Corona española, las festividades cristianas fueron creciendo en número y en participación de los naturales. Quizá el caso más representativo de esta fusión ocurrió en el centro de México, donde se había extendido y consolidado lo que después se conoció como “el imperio azteca”.
La gran Tenochtitlán, cabeza de los territorios aztecas, ofreció a los españoles (que la hicieron caer en sus manos en agosto de 1521) un lugar muy adecuado para comenzar la evangelización de la Nueva España.
El primer testimonio de la celebración de la natividad del Señor del que se tiene noticias procede de 1526. Se trata de una carta que el misionero franciscano fray Pedro de Gante escribió a Carlos V.
En ella fray Pedro, el primer educador de América, le escribió al monarca la manera como los indígenas del altiplano mexicano celebraban también en el solsticio de invierno una fiesta para Huitzilopochtli, dios de la guerra. Los franciscanos, fieles a su misión de amalgamar el Evangelio con las culturas autóctonas, tomaron esa fiesta pagana (dedicada a una deidad guerrera) y la transformaron en la Navidad en la que nace el Príncipe de la Paz.
Uno de ellos, fray Gerónimo de Mendieta, narra en un capítulo de su monumental Historia Eclesiástica Indiana, con lujo de detalles, la forma como se celebraba la Navidad en México en el primer siglo de la conquista. Los encargados de llevarlas a cabo eran los propios indígenas organizados a través de cofradías, que eran encargadas de las procesiones, rogativas y manifestaciones religiosas al aire libre.
Las cofradías y la fe
Los misioneros franciscanos – escribe el padre Lino Gómez Caneda en su libro Evangelización y conquista (Experiencia franciscana en Hispanoamérica)– “promovieron con mucho cuidado (las cofradías) por considerarlas especialmente acomodadas a la psicología de los indios”.
Por lo que respecta a la noche de Navidad, Mendieta señala que “suelen poner muchas lumbreras en los patios de las iglesias y algunos de los terrados de sus casas; y como son muchas las casas y van extendidas en algunas partes por más de una legua, parece como un cielo estrellado”.
Prosigue: “Los maitines de aquella noche y misa de gallo por ninguna cosa los perderán. Y si aguardan a abrir la iglesia cuando ya ha llegado el golpe de la gente, corren peligro de ahogarse algunos con el ímpetu que entran por tomar lugar”. Más adelante señala que hay muchos que se quedan en el patio de la iglesia; arrodillados “hasta que dichos los maitines, sale un sacerdote a decirles misa en la capilla del patio”.
Y finalmente remata: “En la iglesia tienen hecho para aquella noche y los días siguientes, hasta el de Reyes, un portal y pesebre que representa al de Belén, con el Niño Jesús y su Madre, y San José y los pastores”.
Esta brevísima pincelada, muy pocos años después de la conquista, deja en claro el por qué de la fe de los mexicanos: Es una fusión de dos culturas que en la Navidad florece y se asienta como una tradición no impuesta sino asumida.