En consultoría he escuchado hablar con gran amargura de fraudes amorosos con expresiones de profunda decepción como: “Me hablaba como un ángel”, “Su mirada y sus gestos eran sublimes” o “Era capaz de las más tiernas caricias”.
Para quienes han sufrido esta dura experiencia, la ayuda ha de consistir en hacerles recuperar la confianza necesaria para resarcirse afectivamente desde la realidad de que nuestro cuerpo es la encarnación de nuestra persona, y al mismo tiempo, es materia del don y la aceptación humanos personales.
Eso hace posible enamorarse de alguien que desde la humildad reconoce lo que es, y se muestra transparente en sus virtudes y defectos.
Un amor con la fuerza del espíritu
Se trata de volver a creer en el amor personal que añade al afecto sensible la ternura, candidez, cariño, mientras que la inteligencia y voluntad se ponen al servicio de la entrega en un amor limpio y transparente.
Un amor con la fuerza del espíritu, que no exige las relaciones sexuales previas al matrimonio para validarlo.
Pero existe la malignidad de la seducción que solo busca las relaciones sexuales.
Sucede cuando, por el contrario, el cuerpo es la ocultación de la persona, animada ya no por la rectitud de intención, sino por el espíritu de la doblez. La doblez hace que sea capaz de presentarse como la honestidad hecha persona, en su intención amorosa.
Alguien que sabe que ha de simular amor para obtener sexo.
Así, es capaz de simular pureza, delicadeza, autenticidad… Sin embargo, es solo la araña tejiendo su peligrosa red, de forma imperceptible.
La araña va tejiendo su red
Luego aparecen las caricias de gradual erotismo con su resbaladiza pendiente, y ante la posibilidad de que la presa escape de su red, la insinuación de una entrega sexual con el argumento de que al cabo lo nuestro “es para siempre”, y “no tiene nada de malo cuando se hace por amor”.
Palabras que ocultan un espíritu de codicia que engendra intenciones de apropiación y dominación.
Si la presa cae en la red y se vuelve víctima, pronto se convierte en objeto de lujuria que siempre es un monólogo que despierta la sospecha, el miedo y la desconfianza, como malignos frutos del fingimiento.
Poco a poco la víctima enamorada despierta a la dura realidad, de que solo es utilizada.
Entonces, una vez conseguido su objetivo y sabiéndose descubierto, el seductor pierde interés y respeto por la persona hasta rechazar o evadir la relación, sin importar que lo que fue su apariencia amable y honorable adopte la verdadera cara del cinismo.
¿Por qué causa tanto dolor?
¿Por qué son tan profundas y dolorosas las heridas que provocan la seducción maligna?
Tres razones:
- Como personas somos un espíritu encarnado, y es a través del cuerpo que nos vemos, nos manifestamos, sentimos y amamos, por lo que cuando en una relación impera la codicia por lo solo corporal, el espíritu del codiciado es sobajado de tal forma que duele intensamente, pues el trato indigno es un maltrato a nuestra humanidad.
- La seducción por la que solo se buscan las relaciones sexuales, engendra la violencia y otras formas de desprecio físico o moral que en una espiral de sometimiento pueden exponer a la víctima al peligro proveniente de una relación psicopatológica.
- El amor es el sentimiento más elevado de la persona y cuando es traicionado o desvirtuado, se entra en un eclipse de personalidad que arrastra tras de sí la libertad interior, la capacidad de abrirse confiadamente a los demás y de seguir creciendo como persona.
Fuimos hecho por amor y para amar, por lo que el amor bueno y bello “no se hace” sino que “es”.
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