Un bello relato de un monje ermitaño para descubrir que Dios no ama el esfuerzo por el esfuerzo, sino que lo que mide es el amor con que las cosas se hacen
La Cuaresma nos invita a la privación y al sacrificio, pero no siempre nuestro modo de entenderlo, es necesariamente el modo como el Señor nos invita a vivirlos.
Pensamos que cruzar el desierto con Jesús implica vivir la sed, el despojo, la soledad y el abandono. Pero el desierto es también una fuente, una liberación, un lugar donde podemos estar llenos y profundamente acompañados.
Cada uno, en esta Cuaresma, está llamado a ir a los desiertos de su corazón, pero no de una forma negativa, vista desde la privación; puede también hacerlo desde la mirada de un Dios que siempre quiere ser el agua viva.
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