Cuando alabamos a alguien, nuestra atención se enfoca fuera de nosotros mismos, reconociendo la bondad en los demás. Es una práctica buena y saludable para hacer de forma regular. Lo mismo ocurre con la alabanza a Dios.
De hecho, casi todo el libro de Salmos del Antiguo Testamento es una oración de alabanza y agradecimiento a Dios por su bondad y misericordia.
Aquí hay una breve oración adaptada del Libro de oración familiar, que alaba a Dios por su bondad contigo:
Acepta, grandísimo y glorioso Rey, la ofrenda de nuestra alabanza. Enséñanos a glorificarte siempre. Enséñanos a renunciar a nosotros mismos y a hacer todas las cosas para la gloria de Dios. Que recordemos siempre las muchas bendiciones que hemos recibido de ti. Que recordemos siempre que tú nos creaste; que nos redimiste; que nos llamaste a ti mismo; y nos has dado los medios de salvación. A ti, oh Señor, sea la gloria; a ti sea la alabanza y la acción de gracias. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
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