Una fatídica madrugada de 1989, soldados del ejército salvadoreño irrumpieron en la residencia de los jesuitas de la UCA, y mataron cruelmente a todos los que encontraron allí: Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Ignacio Martín Baró, Amando López, Juan Ramón Moreno y Joaquín López y López.
Junto a ellos dos mujeres, madre e hija, que trabajaban en aquella casa, y que se refugiaron esa noche en ella, ante el toque de queda y la violencia de la guerra civil: Elba Ramos y Celina.
Quien conoce bien su historia y su testimonio es Pedro Armada Díez de Rivera. Fue la persona nombrada por el provincial de Centroamérica para recabar datos sobre los asesinatos. Él estaba viviendo en Nicaragua y a los pocos días del suceso se trasladó a El Salvador. Allí trabajó junto con Martha Dogget, la persona nombrada por el Lawyers Committe for Human Rights (al que habían encargado el caso los jesuitas norteamericanos) para la investigación. Ambos publicaron un extenso informe pormenorizado sobre el caso.
– ¿Porqué este crimen, este asesinato? ¿Por qué?
Porque en lugares donde impera la mentira decir la verdad te puede costar la vida. No es ninguna novedad. Eso viene sucediendo.
– Estamos hablando de Mártires que murieron por tener una voz profética, por denunciar las atrocidades, por querer una sociedad mejor, por luchar por la libertad y la justicia.
Todo eso y mucho más. La voz de esos jesuitas y especialmente la de Ellacuría que era el más visible sonaba como la voz de los profetas cuando se dirigía a los Reyes de Israel y a los poderosos diciendo: “Esto dice el Señor”. Sonaba muy fuerte porque decían la verdad y la gente sabía que decían la verdad.
– Estos seis jesuitas… “olían a oveja” que diría el Papa Francisco. Vivían con los salvadoreños, sentían su dolor. ¿Cómo fueron sus días previos? ¿Tenían amenazas, sabían que podía ocurrir?
Si, si. Tenían amenazas desde los años 70. Desde los años 70, después del Concilio y después de la Congregación General 32 de la Compañía de Jesús hubo un tiempo en que empezaron las persecuciones. Persecuciones no solo con insultos y amenazas, sino que ya en el año 77 mataron al primer jesuíta, al padre Rutilio Grande, que era salvadoreño y estaba con los campesinos en la parroquia de Aguilares. Cuando iba a decir misa lo ametrallaron.
Las persecuciones venía de atrás. Había habido cantidad de atentados, bombas, ametrallamientos. La UCA recibía bombas cada poco. Decían en broma que tenían la imprenta más moderna de América porque cada poco meses se la volaban. Con donaciones que llegaban se hacía una imprenta nueva.
– Denunciar estas atrocidades no es hacer política, es hacer Evangelio…
Era puro Evangelio, lo que pasa es que el Evangelio tiene consecuencias políticas entendido como consecuencias en la vida pública. A propósito de lo que me decías de si “olían a oveja”…yo le diría que unos más y otros menos. Por ejemplo, Nacho Martín Baró no sólo tenía sus labores académicas sino que los fines de semana se iba a un cantón perdido que se llamaba “jayaque” con los campesinos y su guitarra y allí vivía el fin de semana. Era muy grande su cercanía con el pueblo, a pesar de ser académicos todos ellos.
– Me gustaría que me hablara de Ignacio Ellacuría, porque quizá el fue la cabeza visible. ¿Cómo era?
Ignacio Ellacuría era un hombre inteligente, con una mente prodigiosa, racionalmente tremendo y con una capacidad de análisis y llegar a conclusiones como yo no he visto en mi vida. El tío era un genio. Era de un carácter muy decidido y voluntarioso. Por ejemplo, decía que no cogía la gripe porque decidía no cogerla y él no la cogía. Los demás se enfermaban. Era un hombre espectacular.
A mí me impresionaba mucho que había cosas que él deducía que eran invisibles para los que vivíamos las situaciones de entonces. Él al principio de los años 80 cuando empezó la guerra, muy pronto, llegó a la conclusión de que no la podía ganar ninguno de los dos bandos. Y eso en aquel momento era imposible de pensar. Él lo explicaba: El ejército tiene la fuerza, tiene el dinero de EEUU, tiene el material pero no tiene el apoyo popular y se va a corromper con el dinero. Como así sucedió. En cambio el FMLN tiene el apoyo popular, pero no va a pasar (era lo que más me impresionaba) como en Nicaragua donde el pueblo se insurreccionó. Eso, para verlo en El Salvador, había que ser muy inteligente y tener una capacidad de análisis muy grande.
– Tras el asesinato, ¿cambia la sociedad en El Salvador?
Los asesinatos de la UCA cambiaron muchas cosas. La primera romper con el silencio de la impunidad. Los militares, por primera vez, procesaron a un miembro de la fuerza armada. Fue un hecho que hizo cambiar las cosas.
Segundo, hizo cambiar la manera de ver de los dos bandos y propició que se llegará a la negociación de Paz, porque tuvo mucha proyección internacional, sobre todo en EEUU. Allí, en el Congreso se cuestionaron la ayuda militar a un ejército que iba matando civiles indefensos. Cosa que llevaba haciendo 10 años, pero esta vez tuvo relevancia pública y supuso el principio del fin.
– ¿Cómo lo vivió usted?
Muy cerca y muy impresionado. Aquello era la confirmación de lo que habíamos visto todos los jesuitas que nos podía pasar y más en Centroamérica donde la situación era tan tremenda. Era la consecuencia lógica, sabía que estabas en tu sitio y eso te producía una paz enorme.