Hay muchos relatos sobre cómo llegaron concretamente a Carolina del Norte, incluyendo uno que incluye el establecimiento de un asentamiento dominico español
Los caballos salvajes de Corolla, que frecuentan las cambiantes arenas de la cadena de islas de los Outer Banks, en Carolina del Norte (EE.UU.), son fantasmas de una edad remota.
Su presencia en este lugar está envuelta en misterio, ya que la historia de sus orígenes pereció con los capitanes y navíos que los transportaron una vez.
Los caballos, a los que llaman “banqueros” por los empinados bancos de tierra que apacientan, deambulan libres y poseen el espíritu amable y obediente de sus antepasados de hace unos 500 años.
Aunque la historia de su llegada a estas tierras sea un enigma, su linaje es claro. Dado que su estirpe se remonta a la Península Ibérica, con indicios de sangre árabe, son sin duda descendientes del emblemático mustang. Y muy convenientemente, ya que el nombre “mustang” se traduce aproximadamente como “bestia sin dueño”.
Se cree que los primeros caballos que descendieron del hemisferio occidental, después de 10.000 años de extinción, los trajo Cristóbal colón en su segundo viaje al Nuevo Mundo a la isla de La Española.
Los colonos del Nuevo Mundo, en su avance hacia tierras inexploradas, atesoraban al corcel como un activo inestimable en su búsqueda de los dominios y las riquezas que soñaban.
Las leyendas
Hay al menos tres relatos destacados sobre cómo los caballos recalaron en los Outer Banks. Derivan de escasos registros históricos, pero han resistido más de 500 años de escrutinio.
Lucas Vázquez de Ayllón lo apostó todo y todo lo perdió… incluyendo su vida.
Vázquez de Ayllón fue un explorador, un personaje político y un propietario de plantaciones en La Española con estrechos vínculos con el rey Carlos I de España. Respaldó dos expediciones en el continente en busca del “paso Noroeste” y quedó prendado de los cuentos de extrañas tierras y gentes que le contó a su vuelta su capitán, Francisco Gordilla.
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