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Coronavirus: Las ciudades se quedan desiertas

ROME COVID 19

Antoine Mekary | ALETEIA

Salvador Aragonés - publicado el 17/03/20

El coronavirus se pasea majestuoso por las calles y plazas buscando sus víctimas

Nunca se había visto una cosa igual. Parece una película de ciencia-ficción. Las ciudades desiertas. Los paseos y las plazas vacíos. Las calles de las ciudades y de los pueblos, vacíos. Parece como si el Covid-19 se paseara por las grandes avenidas y por las callejuelas de los barrios antiguos como un fantasma, en busca de víctimas a quien atacar. Imágenes kafkianas las que vemos.

En Roma (Galería)

En el Vaticano (Galería)

En ciudades europeas (Galerías)

La capacidad del ser humano a adaptarse y a exprimir el ingenio es bien conocida. Cuando el domingo los templos habían cerrado al culto público, salieron centenares de webs para conectar y seguir la misa por internet. Los mayores, menos acostumbrados a manejar las nuevas tecnologías, han sido ayudados por los hijos, familiares y amigos a contactar por internet o la radio para escuchar la misa dominical, del tercero de cuaresma, con el evangelio de la Samaritana (Juan 4, 5-42). Los obispos dispensaron el precepto de ir a misa al templo.

Los sanitarios han sido los héroes civiles de esta pandemia: trabajar sin parar, sin ahorrar esfuerzos, incluso a riesgo de sus vidas, al servicio de todos. Ha sido encomiable. La gente, el pueblo, lo ha agradecido, y así, cada día, en toda España, sale al balcón de las casas (confinados a ellas) para aplaudir a todos los sanitarios. A los aplausos se unieron cantos espontáneos y algún tema como “Resistiremos”, del Dúo Dinámico, que se ha colocado en el primer lugar del ránking.

Todas las crisis crean incertidumbres, zozobras, pero también oportunidades para pensar y meditar en el profundo del corazón. Y oportunidades para mejorar las condiciones de vida de las personas. Se inventan muchos trucos de cómo pasar mejor el confinamiento a casa. Los hay que desempolvan los juegos, otros confeccionan un horario como si fueran días normales, otros descubren sus habilidades manuales, otros empiezan a escribir un libro y otros rezan más que otras veces, con la ayuda de la radio, la televisión e internet.

Un ejecutivo francés de una multinacional francesa me ha comentado hoy: “vamos a vivir un gran cambio tanto económico como social. Ahora se apreciará el calor de la familia y las personas, especialmente en Europa, valorarán más la familia”.

Hace solo un mes, nadie pensaba que el mundo se vería afectado por una pandemia tan contagiosa. Los hombres vivían cada vez más de espaldas endiosados: Dios ya no era necesario. Y ahora las personas vivimos confinadas en nuestras casas, con un futuro sanitario y económico imprevisible. Y añoramos a Dios y a la Virgen. Queremos pedirle ayuda, pero casi se nos ha olvidado.

Quien más quien y quien menos tenía planes para vivir la Semana Santa, pera hacer turismo, para alcanzar estas metas en los estudios (para terminar un curso, a lo mejor brillante), para preparar el propio comercio de cara a la primavera, para hacer planes de inversión en una economía que estaba remontando y que ahora está cerca de la recesión.

La palabra del papa Francisco resuena por todas partes, y advierte que no solo hay que mirar a los contagiados por el coronavirus, sino ensanchar la mirada hacia todos los que en el mundo sufren: los refugiados, los migrantes, Venezuela, los que vive en guerras interminables, como Siria, el Sudán… Todos están en el corazón del Papa y reza por ellos.

El Papa nos dio una oración en días pasados y ha sido imitado por numerosos obispos, prelados y abades de todo el mundo, con peticiones a Jesús, a la Virgen María. Ella es Auxilio de los Cristianos y Salud de los Enfermos, como rezamos en las letanías y decimos con el Papa: “Bajo tu amparo y protección nos acogemos Santa Madre de Dios, no desoigas nuestras súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades…”.

Y al no poder comulgar físicamente, nos invita a rezar comuniones espirituales: “Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y el fervor de los santos”.




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En realidad, la ciencia y la medicina pueden parar el coronavirus, pero la oración es omnipotente, y las peticiones—como hacían los santos en el Antiguo y Nuevo Testamento—imploran la omnipotencia de Dios que hace llover y lucir el sol a toda la humanidad, sin distinciones.

El hombre hoy está sometido a una cierta angustia, a una incertidumbre, pero la fe, la esperanza y el amor cristiano dan vida y alegría a los corazones de quienes creen. Todos sabemos que después de las tinieblas sale el sol, un sol limpio y claro. Para mejor entender los mensajes de Dios.

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