La educación sexual es un aspecto importante en el crecimiento de los hijos. Ayudarles a que conozcan el valor de su corporalidad es algo que los padres ayudan a hacer con el ejemplo y con las palabras.
Los padres son el primer referente de un niño en cuanto a la educación sexual. Le pueden dar a conocer el cuerpo y no solo en su aspecto físico sino también en su dimensión más trascendental: las personas tenemos alma y espíritu que están unidos y caminan juntos en la vida.
El niño va descubriendo y aprende a manejar su propio cuerpo, con la guía de los padres (papá y mamá) que le aportan información, le explican qué sucede cuando enferma o le curan una herida. También le indican por qué debe hacer deporte o qué causó aquel dolor de estómago.
Igualmente, a la edad oportuna, al niño y a la niña se les habla del sexo de forma apropiada a cada fase del crecimiento. La escuela debe ir a la par que los papás y comunicarse con ellos para que vayan unidos en ese recorrido.
La recompensa inmediata no es la solución
Sin embargo, con la llegada de la adolescencia y el despertar sexual, no podemos creer que todo lo que apetece sexualmente haya de ser recompensado de manera inmediata.
A los adolescentes conviene explicarles enseguida que no todo lo que el instinto quiere hay que dárselo de inmediato. De la misma forma que no han de golpear a un compañero porque les lleva la contraria ni han de robar en una tienda porque les apetece poseer ese objeto.
Emplear el sexo es mucho más que darse el gusto. Y es tarea de los padres y educadores hablar del sexo en el plano general de la persona. El sexo no solo son los órganos sexuales.
¿Educar a base de anticonceptivos?
Entonces, ¿por qué en muchas escuelas solo les hablan a los hijos de anticonceptivos? Centrar en eso la educación sexual de los adolescentes es cosificar a los jóvenes, reducir su conocimiento del propio cuerpo y de su globalidad como personas. Además, se da un punto de partida negativo a la sexualidad: “pon un freno porque en eso peligra tu vida…”.
Educar así a la población joven es como enseñar a vomitar al niño que disfruta atiborrándose de comida. ¿No sería mejor enseñarle a alimentarse de forma sana?
Para una educación sexual sana, no es lógico incitar a la promiscuidad a los jóvenes bajo la falsa capa de “libertad”. Es mucho más enriquecedor educar a los hijos en el autodominio.
¿En qué consiste el autodominio?
Autodominarse es saber gobernarse. Es tener la fuerza interior de decidir qué voy a hacer y cómo me voy a comportar ante lo que me sucede en la vida. Y eso es mucho más amplio que la sexualidad. El autodominio consiste en fortalecer la voluntad.
Educar en positivo
Enseñar a un niño a autodominarse empieza por aspectos como:
- controlar sus berrinches, por no darle lo que exige con una pataleta cuando vemos que eso no es lo mejor para él.
- frenar los caprichos y los impulsos desordenados (la pereza de levantarse por la mañana, por ejemplo) y mostrarle la bondad de otras cosas que tal vez de entrada son menos atractivas (el esfuerzo de una excursión al monte que acaba con la contemplación de un hermoso paisaje, por ejemplo).
- explicarle la razón de por qué no debe hacer determinadas cosas (golpear, mentir, gritar para imponerse…). Con los argumentos, dotamos su inteligencia de razones para decidir correctamente en acciones futuras, cuando nosotros no estemos delante.
- mostrarle el auténtico valor de cada cosa (de la amistad con sus compañeros de clase, por ejemplo) y orientar su mirada hacia lo valioso por encima de lo inmediato.
Ventajas de educar en el autodominio
Educar al niño en el autodominio le dará más facilidad para saber decidir con libertad en las cuestiones relacionadas con el sexo, más allá de las imposiciones ideológicas y de las modas o de las presiones de un entorno consumista.
El niño que llega a la adolescencia sabiendo ser dueño de sí mismo en todos los campos, dispone de herramientas para enfrentarse a los nuevos retos y descubrimientos que le va ofreciendo la vida: la presencia del otro sexo, la atracción… En un entorno sano, hay que ayudarle a crecer valorando su propia corporalidad y la de los demás, y eso pasa por el respeto antes que por el uso sin cabeza.
Hagamos que los hijos puedan vivir la adolescencia en plenitud apuntalando sus recursos.
Para ello, los padres y educadores necesitan un arma: la fortaleza. Fortaleza para ser claros, para no cansarse de educar en positivo, para llevar la contraria cuando es necesario y para reclamar una educación pública de calidad también en este aspecto.