Si nos quedamos atónitos con lo que Dios ha colocado en el fondo de los océanos, lo que guardan las entrañas de la tierra no es menos alucinante. Una cavidad cavernosa es siempre motivo de curiosidad por los misterios que encierra. A lo largo y ancho del planeta constantemente se divulgan novedades que temerarios exploradores consiguen adentrándose a esas galerías profundas.
El continente latinoamericano está lleno de ellas. Si bien La Cueva de los Cristales, escondida en las profundidades de la mina de Naica, en el estado mexicano de Chihuahua, está completamente recubierta por cristales gigantes de selenita y el mayor de ellos tiene 12 metros de largo y cuatro de diámetro y pesa 55 toneladas, el espeleólogo venezolano Freddy Vergara no podía ocultar su emoción ante la maravilla cromática que testificaron sus ojos en marzo del 2013, tras el descenso a las profundidades de una enorme cueva en el cerro Auyantepuy, en la Gran Sabana, en el sureste de Venezuela.
“Es como si hace millones de años Dios hubiese tomado plastilinas de colores y las hubiese amasado en este lugar”, fue la frase con que Vergara intentaba explicar la espectacular visión que tuvo ante sus ojos al llegar a esa cueva de cuarcita -un tipo de formación rocosa de alto contenido de cuarzo- en las profundidades del tepuy, una estructura geológica en forma de meseta muy típica de la zona, a unos 1.500 metros por encima del nivel del mar. En la década de los años 70 fueron halladas otras similares en los tepuyes Autama o Sarisariñama, por un equipo conducido por el también ya legendario explorador venezolano Charles Brewer Carías.
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