En la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén que se celebra el domingo de Ramos se esconde un deseo tan humano…Hay descontento en el alma y creen en Jesús, en su poder. Es fácil movilizar a una masa de hombres descontentos.
Jesús parecía ser la persona indicada para conducir hacia la liberación definitiva. Un líder verdadero. Hacedor de milagros imposibles. Con palabras llenas de verdad y sabiduría. Tenía fuerza y tenía a Dios de su lado. Era su hijo. No podía fallar.
¡Cuántas expectativas tiene el corazón humano!
No me cuesta mucho distinguir a esta muchedumbre de la del viernes. La que pide su crucifixión está encabezada por fariseos y otros judíos que veían en Jesús un blasfemo, un estafador, un mentiroso, un farsante. Merecía la muerte ese hombre que decía ser Dios. Y nadie es Dios en la tierra.
Jesús también habría defraudado esos días a los que esperaban a un hombre fuerte y lleno de valor. Ante Jesús, flagelado, silencioso, frágil después de la noche del jueves en una cisterna, Barrabás se dibujaba como el hombre fuerte. El descontento del domingo veía en Jesús un liberador. Ahora sólo ve en él un farsante.
Es fácil cambiar de opinión. El descontento cambia el objetivo con facilidad. Jesús no había estado a la altura. A lo mejor Barrabás podría hacer algo más. Y si no él otro mejor. No importaba.
Muchas veces me veo yo mismo llevado por la masa. Hoy pienso una cosa. Pero si la masa grita fuerte me tienta cambiar de opinión y pensar de otra manera. Digo que estos son mis principios, pero si luego la presión de la masa es muy fuerte, los cambio. No importa.
Decía el padre José Kentenich: “En nuestros días resulta ya bastante difícil llevar una vigorosa vida interior detrás de los muros protectores de un convento. Y más difícil lo es para el hombre maduro que está en medio de la vida civil. Ahora bien, nosotros no somos ni miembros de una orden religiosa conventual ni personas ya maduras. Las tormentas e ímpetus de los años juveniles aún no acaban de apaciguarse en nosotros, y nos impulsan violentamente a sumarnos al estilo de vida de la masa”.
Me da miedo masificarme. También puedo caer en esa masificación en el campo de la fe. Hago las cosas porque todos lo hacen. Voy a comulgar para no desentonar. Hablo de Dios como hablan otros, aunque yo no tenga una profunda experiencia de su amor.
Me puedo masificar siguiendo a Jesús. Como esos que lo aclaman el domingo de ramos pensando que va a liberar al pueblo. No entienden por qué lo aclaman. No lo conocen de verdad.
Pienso en María ese día. Ella estaría mirando conmovida. Sabía que no iba a ser fácil esa Pascua. Temía la muerte de su hijo. Se conmueve al ver el amor sincero de muchos. Le duelen aquellos que canalizan su descontento poniendo sus esperanzas en Jesús.
Algunos más como María se mantuvieron firmes el viernes santo. Los más cercanos, los que más amaban a Jesús. No se dejan llevar por el éxito aparente. No les defrauda Jesús.
Es necesario que purifique mi fe a veces tan inmadura. Paso de un extremo al otro según se van dando las cosas. Como hoy cuando Jesús entra aclamado. Y dentro de unos días sale humillado de Jerusalén camino a la cruz.
La masa es fácilmente manejable. Sobre todo cuando hay descontento. ¿Estoy yo descontento? ¿Cuáles son los motivos de mi frustración?
A veces la tristeza me vence. Me dejo llevar. Y me tientan las alegrías pasajeras que levantan el ánimo. Temo ser demasiado fácil de manipular. Miro en mi corazón mis convicciones. Busco mis principios firmes. No quiero dejarme llevar por la masa.
A veces caigo. Pienso como piensan los demás. Descalifico o alabo dependiendo del sentir de la masa. Me visto de una determinada manera para no desentonar. La masa es un grupo que me protege. No quiero salirme del molde para no llamar la atención. Es fácil dejarme influir.
¿Tengo ideas firmes en mi alma? ¿O se construyen mis principios sobre la arena de la playa? Las tormentas se lo llevan todo por delante. No dejan nada de todo aquello en lo que creía con firmeza.
Me pasa con mis sueños de juventud. Pienso en el idealismo que movía mi alma. Recuerdo la fuerza de mis convicciones. ¿Qué ha pasado ahora?
Tal vez me dejo llevar por los peligros que señala Enrique Rojas: “Un hombre liviano. El ser humano sin sustancia. Con cuatro grandes notas: hedonismo, consumismo, permisividad y relativismo. Todo depende de la óptica. Un hombre sin referente”.
No quiero ser liviano. No quiero pensar hoy de una forma y mañana de otra, dependiendo de lo que me suceda. Me gustan las personas de una pieza, sólidas. Son siempre una roca firme. Lo que piensan hoy lo subscriben mañana. Lo que hoy defienden como central en sus vidas, mañana sigue siendo un pilar en su camino.
Me dan miedo los que cambian de opinión dependiendo de quién tiene el poder en cada momento. Se adaptan. Se dejan llevar por el pensar mayoritario. Tanta vulnerabilidad me asusta.