En los problemas, en las angustias, en las oscuridades, aprendemos de san José que conoce “cómo caminar en la oscuridad”, “cómo se escucha la voz de Dios”, “cómo se sigue adelante en silencio”. De este modo, el papa Francisco comentó el Evangelio de Mateo en la misa matutina en la Casa Santa Marta: Jesús -se explica- nacerá de María, esposa de José, hijo de David.
José creyó y obedeció
El Pontífice propuso las emociones de José cuando en María comenzaron a ser “visibles” las señales de su maternidad, una vez que volvió de la casa de Isabel: habla de las “dudas” del hombre, de su “dolor“, de su “sufrimiento“, mientras a su alrededor empezaban a murmurar “los chismosos del lugar”.
Ellos “no entendieron” pero sabía que María era “una mujer de Dios”: decidió, por lo tanto, “dejarla en silencio”, sin acusarla “públicamente”. Hasta que “intervino el Señor”, con un ángel en su sueño, que le explicó cómo el niño “generado en ella” venía “del Espíritu Santo”.
Y así “creyó y obedeció”.
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José luchaba en su interior; en esa lucha, la voz de Dios “Pero levántate, ese ‘levántate’, tantas veces, al principio de una misión, en la Biblia: ‘Levántate’, toma a María, llévala a tu casa. Hazte cargo de la situación: asume esta situación, y sigue adelante”.
José no fue con sus amigos a confrontarse, no fue al psiquiatra para que interpretara su sueño… no: creyó. Siguió adelante. Tomó de la mano la situación.
Pero ¿qué debía asumir, José? ¿Cuál era la situación? ¿De qué tenía que hacerse cargo? De dos cosas: la paternidad y del misterio.
Se hizo cargo de la paternidad
José -añade el Papa- tuvo que “hacerse cargo” de la paternidad. Y eso se intuye ya en la “genealogía de Jesús”, en donde se explica cómo “se pensaba que fuera hijo de José”:
Él se hizo cargo de una paternidad que no era suya: venía del Padre. Y siguió adelante con la paternidad, con todo lo que eso significa: no sólo apoyar a María y al niño, sino también criar al niño, enseñándole a trabajar, llevarlo a la madurez de hombre.
“Hazte cargo de la paternidad que no es tuya, es de Dios”. Y esto, sin decir una palabra. En el Evangelio no existe ninguna palabra de José. El hombre del silencio, de la obediencia silenciosa.
Tomó en mano el misterio de reconducir el pueblo a Dios
Es también el hombre que “toma en mano” el misterio. Es el misterio “de reconducir el pueblo a Dios”, el misterio “de la re-Creación” que, como dice la liturgia, es “más maravillosa que la Creación”.
José tomó en mano este misterio y ayuda: con su silencio, con su trabajo hasta el momento en que Dios lo llama.
De este hombre que se hizo cargo de la paternidad y del misterio, se dice que era la sombra del Padre: la sombra de Dios Padre.
Y si Jesús hombre aprendió a decir “papá”, “padre”, a su Padre que conocía como Dios, lo aprendió de la vida, del testimonio de José: el hombre que custodia, el hombre que hace crecer, el hombre que lleva adelante cada paternidad y cada misterio, pero no toma nada para sí.
Aquel, concluye Francisco, es el “gran José”, del que Dios necesitaban para llevar adelante “el misterio de la re-conducción del pueblo hacia la nueva Creación”.
Por Giada Aquilino