Un día como cualquiera escucho a uno de mis hijos quien lleva una relación muy formal con su novia decirle: “¡Eres igualita a mi mamá! La novia solo reía y decía que a cada rato se lo dice, que somos muy parecidas. Yo me ponía de todos colores. Siendo muy honesta, eso en lugar de parecerme halagador, me preocupó. Y no porque yo sea de lo peor, sino porque ese tipo de comparaciones generalmente no son bien tomadas por las nueras o los yernos. Solo atiné a decir que, efectivamente, veía algunas similitudes entre ella y yo, Pero que aún así, ya quisiera yo ser tan bonita, carismática e inteligente como lo es ella. Me deshice en halagos para la novia, elogios que sí se merece porque es una tipaza que ama a mi hijo.
Después llamé a mi hijo para hablar a solas con él. Le pedí que evitara decirle a su novia eso y que, al contrario, siempre le hiciera ver que como ella no hay 2, ¡ni su mamá! Le expliqué que se trata de que la novia nos quiera, y de nosotros -sus papás- hacer todo para ganarnos su amor y que con ese tipo de comparaciones corríamos el riesgo -sobre todo yo- de que al rato no quiera estar cerca de nosotros. Que entendía que hoy por hoy y como aún no está casado, la mujer más importante de su vida era yo, pero que después “debe” ser su esposa. Que las comparaciones nunca son buenas, mucho menos cuando ya estamos casados porque al rato la mujer lo puede mandar de regreso con su mamita chula…
Este tema de la familia política es algo delicado y sensible en muchas familias. Sobre todo, en las latinas donde la gran mayoría somos “familia muégano” y cuesta un poco más soltar a los hijos.
Misión cumplida
¿Será necedad que se nos repita una y otra vez que una vez que nos casamos nuestra prioridad debe nuestro cónyuge? Ninguna necedad. Es por eso por lo que hay que vivirlo de una manera inteligente porque no se trata de dejar de amar, de cuidar, de ver por nuestros padres ni de frecuentarlos, sino de ampliar nuestro corazón y poner en orden nuestros amores. Para cualquier padre que ama a sus hijos no hay nada más satisfactorio que verlos amando a su mujer, a su marido antes que a nosotros sus papás. Eso significa que hemos cumplido con una de nuestras tantas tareas que tenemos como formadores primarios: enseñarles a amar y a respetar a su cónyuge por sobre todos los demás amores.
Cómo relacionarse con ellos
Ahora vámonos a la vida práctica. Cuando llega ese ansiado día de iniciar una vida de matrimonio, para muchos resulta un gran reto el cómo enfrentar la relación con la familia política, sencillamente porque somos 2 mundos de costumbres, ideas, etc. distintos que ahora se fusionan. Pueden surgir muchas dudas de cómo hacer para compenetrarnos, para que la otra familia nos reciba bien y que nuestra familia también acepte a nuestra ahora cónyuge. Algo es clave aquí. Cada uno debemos tomar la parte de la responsabilidad que nos corresponde y mucho de que nuestra familia le acepte dependerá de nosotros, del lugar que le demos ante ellos y del lugar que le demos a nuestra familia frente a nuestro cónyuge.
Hay claves básicas que nos pueden servir para llevarnos mejor con nuestra familia política.
- Para comenzar ambos como pareja debemos entender que hay que crear una relación equilibrada y que la prioridad en nuestro matrimonio somos nosotros 2, cuando hay hijos inclusive. Hay que abrazar la idea de que ahora nos toca construir un camino, una vida juntos, buscar y encontrar vínculos que hagan más fuerte y sólida nuestra relación matrimonial y eso lleva tiempo y dedicación a nuestra relación.
- Mantener una actitud de gratitud hacia nuestros suegros es básico. Si no creemos encontrar nada por qué agradecer, basta con recordar que gracias a ellos el hombre, la mujer quien hoy es nuestro camino al cielo y el amor de nuestra vida nació. Este acto de reconocimiento no nos puede generar menos que un profundo agradecimiento.
- Recordemos que venimos de familia cuyos hábitos, valores, formas de demostrar el amor son distintos a los nuestros. Puede ser que la familia de ella sea muy fría, desunida y alejada y la de él muy unida y cálida. Hay que encontrar un buen balance y el justo medio para que este tipo de diferencias no sean ocasión de celos y rencillas matrimoniales ni un obstáculo para que nosotros como pareja crezcamos en el amor. Con nuestros continuos actos de amor y de servicio, dedicándole el tiempo que merece y le corresponde, hagamos sentir a nuestro cónyuge como el número 1 de nuestra vida.
- Es importante entender que cuando nos reunamos con nuestra familia política, el ambiente debe de ser de cordialidad y total paz. En eso cada uno tenemos el control porque somos responsables de cómo reaccionamos y nos comportamos. Hay que evitar a toda costa pláticas, comentarios o situaciones que inciten a tener un ambiente pesado, hostil o de disputa. Recordemos que solo serán unas horas las que pasaremos con la familia y vale la pena hacer por lo menos lo que a nosotros nos corresponde: hacerles pasar un rato agradable, se lo merezcan o no.
- Nuestros problemas matrimoniales son nuestros. Lo mismo que nuestra vida íntima. Olvidemos eso de ir a lloriquear con nuestros familiares, en especial padres y suegros, etc. cuando las cosas no estén álgidas en nuestro matrimonio porque al final del día nosotros nos contentaremos con nuestro cónyuge: tenemos la capacidad de perdonar. Por el otro lado, si del que vamos a ir a despepitar es del cónyuge, créanme que por mucho que los suegros nos amen, a nadie nos gusta que nos hablen mal de nuestros hijos. Por favor, a menos que nuestra vida y estabilidad emocional esté realmente corriendo peligro, calladitos nos veremos más bonitos.
- Cuando haya reuniones familiares no seamos nosotros los que queramos tener la última palabra ni queramos mover el pandero en la fiesta. También, inteligentemente y evitando caer en los respetos humanos, eludamos temas polémicos como la política, etc. Sí, hay que hacernos presentes sirviendo y haciendo lo posible porque todos pasen un momento agradable. Hay que mantenernos con actitud de servicio, disponibles a cooperar y a ayudar siempre que nos necesiten.
- Siempre es bueno preguntar a nuestro cónyuge por sus padres, hermanos y, en general, por la familia. Que nuestro interés sea genuino y que venga de un amor genuino. ¿Que no sentimos amarlos? Pues aprendemos porque a amar se aprende amando.
Hay que reconocer y aceptar que sí, ahora somos una pareja, una sola carne. Aún así somos dos seres distritos, dos realidades diferentes, personas únicas y peculiares y, por lo tanto, nuestras respectivas familias también lo son y justo así hay que aceptarlas, respetarlas y amarlas.