En cualquier lugar, con alegría y contemplando la cruz...
El papa Francisco ofreció un discurso impregnado de espiritualidad y de guías para la misión de los jesuitas y del nuevo Superior de la Compañía de Jesús, el venezolano Arturo Sosa Abascal, en ocasión de la realización del 36 Capítulo General en la sede romana de la Curia General el 24 de octubre de 2016.
En ese discurso ofreció 3 claves: ser misioneros en cualquier lugar con alegría, contemplativos de la cruz y sentir como la Iglesia “nuestra madre”, que a veces cuenta con la oposición del “enemigo de natura humana”.
Estos tres consejos para aumentar el fervor cristiano pueden tener trascendencia en “cuestiones de fe, de justicia, de misericordia y caridad”. Obviamente, les invitamos a ver el discurso original completo.
El seguidor de Jesús está llamado –según el discurso de Francisco a los jesuitas– a reavivar el fervor en la misión de aprovechar a las personas en su vida y doctrina.
1. Pedir insistentemente la consolación
El Papa instó en buscar la alegría del Evangelio y la consolación para salir de la desolación; la oración para “pedir insistentemente la consolación a Dios”.
En su discurso a los jesuitas, Francisco insiste en no dejar que nos roben la alegría: “la alegría de evangelizar, la alegría de la familia, la alegría de la Iglesia, la alegría de la creación…”.
“Que no nos la robe ni por desesperanza ante la magnitud de los males del mundo y los malentendidos entre los que quieren hacer el bien, ni nos la reemplace con las alegrías fatuas que están siempre al alcance de la mano en cualquier comercio”, sostuvo.
“Una buena noticia no se puede dar con cara triste. La alegría no es un plus decorativo, es índice claro de la gracia: indica que el amor está activo, operante, presente”.
Buscar la alegría significa no confundirla con un “efecto especial”, lo que podemos interpretar como no traducir la felicidad en el consumo de cosas materiales: el auto último modelo, un mejor trabajo o la casa de nuestros sueños.
A la felicidad se la busca en su índice existencial que es la “durabilidad”.
Eso significa abrir los ojos a través del discernimiento “al descubrir este distinto valor entre alegrías duraderas y alegrías pasajeras (Autobiog 8)”.
El discernimiento es pedir a Dios la iluminación a través de la reflexión, decidir y luego actuar. No es pasividad, quedarse dormidos. “El tiempo será lo que le da la clave para reconocer la acción del Espíritu”, intimó.
La consolación. Por ende, en los “Ejercicios, el “progreso” en la vida espiritual se da en la consolación: es el “ir de bien en mejor subiendo” (EE 315) y también “todo aumento de fe, esperanza y caridad y toda leticia interna” (EE 316)”.
Para la vida de todos los días, podemos considerarlo como una invitación a sentir la alegría compartida espontáneamente en el seno de una comunidad que vive el regocijo de “rezar juntos, salir a misionar juntos y volver a reunirse, a imitación de la vida que llevaban el Señor y sus apóstoles”.
Lo anterior es aplicable también a una familia, primer núcleo de la sociedad. Esta alegría del Evangelio –mediante la predicación de la fe y la práctica de la justicia y la misericordia- es lo que nos lleva a salir y encontrar las periferias existenciales.
2. Dejarnos conmover por el Señor puesto en cruz
“Dejarnos conmover por el Señor puesto en cruz, por Él en persona y por Él presente en tantos hermanos nuestros que sufren, ¡la gran mayoría de la humanidad!”.
El papa Francisco indica que el Jubileo de la Misericordia “es un tiempo oportuno para reflexionar sobre los servicios de la misericordia”.
Pero, la misericordia como “estilo de vida” y no como una “palabra abstracta” sino como expresión de “los gestos concretos que tocan la carne del prójimo y se institucionalizan en obras de misericordia”. Asemejarnos al Padre (cf. Lc 6, 36).
La cruz para ver que somos pequeños, “viendo quién soy yo –disminuyéndome– y quién es Dios -engrandeciéndolo-, “que me ha dado vida hasta ahora” (EE 61), quién es Jesús, clavado en la cruz por mí”.
Pensar que impedimos su misericordia, pero que esto no impide ser amados por Dios y verlo en las pequeñas cosas de nuestra vida, como enseña san Ignacio.
Así, ver la cruz –experiencia de la misericordia– libera de “formulaciones abstractas y condiciones legalistas”.
“El Señor, que nos mira con misericordia y nos elige, nos envía a hacer llegar con toda su eficacia esa misma misericordia a los más pobres, a los pecadores, a los sobrantes y crucificados del mundo actual que sufren la injusticia y la violencia”.
“Sólo si experimentamos esta fuerza sanadora en lo vivo de nuestras propias llagas, como personas y como cuerpo, perderemos el miedo a dejarnos conmover por la inmensidad del sufrimiento de nuestros hermanos” (cf. CG 32 d 4 n 50).
3.Hacer el bien de buen espíritu, sintiendo con la Iglesia
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