Me gusta soñar con metas altas, con cumbres elevadas, con estrellas que iluminan caminos. Con árboles que alzan sus ramas al cielo…
Dios me hace una promesa, como a Abrahán: “Así será tu descendencia”. Cuento las estrellas del cielo. Lo intento. Así será mi descendencia. Así será el fruto de mi vida. Mi tierra prometida.
Una persona rezaba: “Sabes que te sueño siempre. Y no logro avanzar. Sabes de tantas promesas de mi amor incondicional. Sabes que te quiero mucho porque un día te abracé. Sabes de mis cartas mudas que apenas puedo leer. Sabes que con tu mirada has sanado mi ansiedad. Sabes que cuento los días para amar la eternidad. Quiero lograr lo que sueño. Quiero volar junto a ti. No temo los infortunios. No quiero huir de ti. Espero anhelo y tiemblo. Sueño con la soledad. A tu lado cada día. Déjame amarte más”.
Me gustaría mirar así a Jesús desde mi pobreza, desde mi pequeñez. Siento la desproporción entre mi vida pobre y el cielo lleno de estrellas, entre la descendencia infinita como promesa y mi vida acomodada. Anhelo seguir viviendo para siempre. El sueño del corazón que nunca quiere la muerte.
Creo, sueño, cuento estrellas en el cielo estrellado.