Krzysztof Charamsa. Este es el nombre del sacerdote polaco de 43 años, miembro de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que “salió del armario” el sábado por la mañana. Los medios de comunicación interesados por este tipo de noticias se precipitaron y se regocijaron. Para ellos, es una alegría: por fin, un cura confiesa que es homosexual, que vive en pareja, y mejor aún, afirma que muchos de los curas lo son pero no se atreven a confesarlo. El golpe mediático es perfecto. ¡Un teólogo, más aún, de la Doctrina de la Fe (¡la antigua Inquisición!), confiesa que es homosexual en la vigilia de la apertura del Sínodo de la familia!
Yo conozco a este sacerdote: fue mi profesor en la Universidad Gregoriana de Roma. Intervino como parte de un pequeño grupo de trabajo para ayudar a los estudiantes a lograr una síntesis dogmática al final de los años de estudio en el bachillerato en teología. Tengo buenos recuerdos de sus enseñanza: es obvio que esto no es lo que se cuestiona.
Esta provocación, porque lo es, plantea muchas preguntas.
En la vigilia del Sínodo de la Familia.
La primera cuestión es el caso personal de este sacerdote. Que él sea homosexual o que se reconozca como tal, no es esto lo que se cuestiona. En cambio, que reconozca que vive en pareja, que reivindique esta falta contra la castidad, que no asuma que tiene que ser fiel a la obligación del celibato que prometió el día de su ordenación diaconal, es un punto muy doloroso. Que además se permita entrar en el juego mediático para convertirse en un icono de la prensa el día antes de la apertura del Sínodo de la familia, es una cosa muy grave. El Vaticano tiene razón en desaprobarlo y en cesarle de sus cargos.
El intento ridículo y torpe del sacerdote de justificarse es odioso. Decir que el clero es en gran parte homosexual y homófobo, retratando a sus hermanos sacerdotes como personas frustradas y heridas por una ley de la Iglesia aparentemente inicua, es falso, profundamente injusto. Es un escándalo grave en el que no podemos caer.
No juzgamos el corazón de este sacerdote. Todos nosotros somos pobres pecadores. Podemos comprender que lo deje, si ya no puede mantener su compromiso. Podría haberlo dejado con humildad, discretamente, nadie le habría juzgado, pero tenemos derecho a pedirle que no escandalice a todos los que nutren confianza hacia los sacerdotes, que no dañara el sacerdocio que tenemos en común, que no difundiera el veneno de la duda y la sospecha que recaerá sobre todos sus hermanos. Cuando uno cae, se retira humildemente en silencio y pide perdón. ¡No se da la vuelta para acusar a la Iglesia! ¡Imaginen un hombre que traiciona a su mujer, y que – en lugar de pedir perdón por traicionarla – justifica su adulterio acusándola a ella!
Cura en el Vaticano
Más allá del caso particular de este sacerdote, hay que plantear la cuestión legítima del acompañamiento de los sacerdotes de la Curia vaticana. El Vaticano, y la Iglesia en su conjunto, tiene una gran parte de responsabilidad en la forma en que se viven los ministerios de la Curia. Estos sacerdotes sin ministerio pastoral, sin ejercicio oficial de culto, están bastante aislados. La Iglesia debería permitirles vivir en lugares comunitarios para que vivieran realmente su misión en una dimensión eclesial.
Si estos sacerdotes viven sólo como funcionarios de una administración, su sacerdocio no puede desarrollarse ni les permite realizarse como hombres. La ambición, el amor al dinero, los peligros para el celibato, se extienden más fácilmente entre los más débiles de ellos, que no tienen el apoyo pastoral que su estado sacerdotal necesita. Lo mismo se aplica a muchos sacerdotes en las curias diocesanas.
Afortunadamente, ¡no todos los sacerdotes que trabajan en la Curia viven así ni caen en estos errores! Los santos de la Curia (¡porque los hay!), trabajadores pacientes y prudentes, tienen todos un ministerio complementario que les permite realizar su sacerdocio.
Caridad en la verdad
¿Es necesario recordar que la doctrina no cambiará en este punto en el Sínodo? Se habla de la respuesta del para Francisco cuando se le preguntó sobre su posible reacción ante una persona homosexual que busca a Dios: “¿Quién soy yo para juzgar?”. Se recuerda que encontró en una audiencia privada a uno de sus amigos argentinos que acudió con su compañero sentimental.
Pero nuestro Papa ejerce sencillamente la caridad en la dimensión de acogida a todo el que viene a su encuentro. En cada persona, el cristiano debe buscar los signos del amor de Dios y ver cómo nuestro Señor busca “hacer alianza con cada uno de nosotros o que nosotros le sigamos”. Es lo que hacemos, los sacerdotes, cuando acogemos y acompañamos a personas homosexuales; y somos muchos los que servimos así a las personas, sin hacer ruido…
Sin embargo, esta regla de la maravilla y la caridad activa no es sinónimo de apoyo moral. Hablar individualmente con una persona no significa convertir un comportamiento en ejemplar. ¡Amar a las personas de forma incondicional, sin juzgar ni condenarlas, no quiere decir legitimar sus actos!
¡Gracias a Dios, uno no se reduce jamás a sus actos! Esto es verdad para cada uno de nosotros, independientemente de nuestras acciones. En el Evangelio, Jesús nos da ejemplo, la conciliación de la aceptación incondicional de las personas como son, y una misma exigencia para todos. La caridad y la verdad son inseparables.
Oremos por los periodistas y sus responsables. ¡Que sean honrados y no instrumentos de todas estas manipulaciones mediáticas, tan evidentes! Asimismo, encomendemos al Señor durante el Sínodo, a nuestros obispos y nuestro Papa. Que este Sínodo sea lugar de la liberación divina y no una cárcel ideológica. Sólo la verdad nos hace libres.
Por último, oremos por este hermano sacerdote. Oremos por todos los sacerdotes, más que nunca. Por los que son felices y por los que sufren. Por los que caen y por los que se mantienen en pie. Por los que nos hacen daño, y por los que nos elevan. Todos un día dijeron libremente “sí” para servir …
Este artículo firmado por el sacerdote Roland-Gosselin procede del blog francés Padreblog, y ha sido traducido por Aleteia con permiso expreso de su autor