El 31 de julio de 1926, en respuesta a la llamada "Ley Calles" (una ley que, prácticamente, prohibía la existencia de la Iglesia católica, decretada por el presidente Plutarco Elías Calles) y a la expulsión de 185 sacerdotes extranjeros que ejercían su ministerio en México, el Episcopado Mexicano anunció la suspensión de cultos en todas las iglesias a partir del 1 de agosto.
Ese día, las iglesias se llenaron de creyentes que buscaban bautizar a sus hijos, ser unidos en matrimonio o confesarse y recibir la comunión. Hasta el 29 de junio de 1929 los templos permanecerán cerrados en toda la geografía del país. Mientras tanto, el Episcopado Mexicano afirmó:
En la imposibilidad de continuar ejerciendo el ministerio sacerdotal sagrado, según las condiciones impuestas por el citado Decreto la Ley Calles), después de haber consultado a Nuestro Santísimo Padre, Su Santidad Pío XI, y obteniendo su aprobación, ordenamos que desde el día treinta y uno de julio del presente año, hasta que dispongamos otra cosa, se suspenda en todos los templos de la República el culto público que exija la intervención del sacerdote.
El 2 de febrero anterior, el Papa Pío XI había publicado la Encíclica Paterna Sane Solicitudo dirigida a los obispos mexicanos, recomendando mantener la calma y prohibiendo, expresamente, la formación de un partido político católico.
En enero, el Presidente Calles había anunciado su intención de reglamentar el artículo 130 de la Constitución y modificar el Código Penal para incluir sanciones a los sacerdotes mexicanos "fuera de la ley" y la prohibición de ejercer a los sacerdotes extranjeros.
El 12 de mayo, Calles expulsó a monseñor Jorge Carauna, enviado papal a México. Y el 2 de julio de 1926 se publicó, en el Diario Oficial, la Ley que Reforma el Código Penal para el Distrito y Territorios Federales, Sobre Delitos Contra la Federación ("Ley Calles"), que incluyó sanciones como prohibir la educación religiosa, la expulsión inmediata de sacerdotes extranjeros y la limitación del número de sacerdotes por área territorial.
La guerra que se iba a denominar "Cristera" iniciaba, justo el día en que los mexicanos vieron sus templos cerrados y a sus sacerdotes perseguidos como criminales. Duró tres años (1926-1929), sembró de mártires el territorio mexicano y de muertos y heridos (más de cien mil).